28 de julio de 2012

Canasto




El paisaje de todos los días, extrañado:
la luz del sol de una tarde sin sombras, sin nubes en Bahía Blanca, tal vez a fines de la década del 20;
la doble mano en calle Alsina, y la circulación por la izquierda en la calle; árboles, en esa vereda, y recién podados. La gente en grupos, conversando. Imaginar por un momento "Qué hubiera pasado si...?
El hombre que camina por la esquina de la plaza con gorro y un canasto en la mano.

(este es el verdadero puncutm de la foto)

22 de julio de 2012

Interdicción III

No solamente se murió la casa de mis padres el día que terminamos de abrir y ordenar el galpón hasta sus últimos rincones. También empezaron a morirse quienes, entre medio de sus vestidos, sus zapatos, sus baúles y sus papeles, estaban de algún modo aún vivos ahi, desde hacía 45, 26, 21 años, en esos sectores del galpón en los que no se nos permitía revolver nada.

Recién ahora me di cuenta de esas presencias, aunque muchos indicios me las anunciaban: yo notaba una pertinaz reticencia a hablar de ellos, y menos aún, a revisar o volver a utilizar sus cosas; una negativa a modelar de ellos una imagen póstuma para poder incorporarlos transitivamente a nuestros recuerdos; y la imposibilidad de saldar, aún habiendo pasado tanto tiempo, las cuentas que habían quedado pendientes con cada uno de ellos para poder seguir viviendo.

No una sino varias veces sueño un sueño: voy caminando por una calle hacia el norte de la ciudad (¿Caronti, 11 de abril, Rodriguez, Sarmiento?) y en un determinado momento me encuentro en una casa, antigua, la atravieso muy rápidamente, y recorro luego un largo patio con paredes recubiertas de enredaderas y parrales que forman una larga y fresca pérgola atravesada por tibios y dulces rayos de sol. Hay que bordear por un caminito angosto una habitación vidriada y luego otro patio, parecido al anterior con plantas de hojas largas y macetas colgando, y en un rincón sola, en un sillón metálico con almohadones, una viejita sentada, que parece estar tejiendo o bordando, no me ve, no dice nada, yo me doy cuenta que es mi abuela (a pesar de que no la conocí ya que ella murió 15 días de que yo naciera), y me digo a mí misma: "¿por qué nadie me dijo que ella estaba acá todavía?" Y me quedo junto a ella, con la sensación de haber encontrado algo que nunca debería haber perdido.

Hasta que se produjo esta versión, que fue la mas clara, también soñé esto varias veces: voy caminando por la calle Soler al mediodía, y después de mucho andar -siento la fatiga de la caminata en mi sueño- llego hasta la puerta de la casa de mi abuelo, toco el timbre y sale alguien que me dice -tal como yo siento que sé, que él ya no está; pero que siga, que siga. Soler se prolonga como una larga calle en un terreno que va en pendiente, atiborrada de construcciones blancas, cada vez más berretas. Una puerta se abre a mi paso y entro; y me encuentro en una especie de hospital con una larga pero angosta habitación única en la que las camas ocupan todos y hasta el último rincón disponible, y empiezo a caminar por entre las camas y voy mirando a las personas que están allí postradas, la habitación pareciera tener un piso irregular como el de la calle por la que venía, y en el hueco bajo una escalera veo en una cama, recostado, a mi abuelo, con su camiseta blanca, sus calzoncillos largos, y sus lentes con marco de carey; y con él sí hablo, le pregunto, "¿cómo todavía estas acá?". "Estoy cómodo", me contesta; "en cuanto pueda vuelvo a visitarte y a hacerte compañía, abuelo".

¿Tendrán algo que ver estos sueños con una sorda percepción de algo que tal vez entiendo ahora, que no se quería dejar ir del todo a quienes ya se habían ido?


20 de julio de 2012

Interdicción I

Un sueño se cuela a veces entre mis recuerdos, con una nitidez tal que me lleva a dudar si verdaderamente no lo habré vivido.

El patio de la casa de mis padres se alarga, se alarga, y se abre la puerta del galpón, y me sorprende que nadie me haya dicho qué hay ahí, y dentro del galpón, enormes habitaciones con amplias ventanas se suceden, sus puertas entreabiertas me permiten ver de costado, entrar y deambular ahí dentro, con esa felicidad que se siente cuando uno descubre un secreto, hasta que veo otra puerta y a ella voy fascinada, y me sumerjo en un espacio que se prolonga y crece a medida que lo recorro.

Otra variante: el patio de mis padres se alarga, y cuando voy hacia atrás del galpón encuentro un paredón bajo y detrás del paredón una casa en construcción, aunque en parte está ya casi lista, según parece, desde hace muchos años, una casa nueva que por un sendero de lajas no sólo se ha de comunicar sino que ha de formar parte de la casa [siempre se trata de la casa de mis padres], ocupa incluso todo un enorme terreno detrás del hospital, y siento un profundo asombro y una cierta desazón al darme cuenta de que "mi casa", la casa de mi infancia y mi adolescencia era mucho más grande y tenía muchas más habitaciones, y yo nunca había podido llegar a ellas, y ahora ya es demasiado tarde.

Una vez soñé también -pero esta era una variante retro- que la casa misma era la que ser prolongaba hacia atrás, con más y más espléndidas habitaciones, años treinta, con sillones, espejos, muebles, relojes, pisos de pinotea y mosaicos de colores, servicios de té de porcelana inglesa y cubiertos de plata, sí todo eso soñaba que era mi casa, en mi sueño sin embargo no me siento sola, sino sorprendida y perpleja porque no hay nadie ahí, ni mis padres, ni mi hermana y sólo siento presente todo el tiempo dos preguntas: "¿por qué nunca antes pude llegar hasta acá?, ahora, ¿puedo quedarme?"

Interdicción II

Un recuerdo se cuela a veces en mis sueños: el haber llegado a los cinco años a una casa nueva, con un patio enorme, y un galpón enorme, lleno de recovecos, con varias cosas que el dueño anterior se ve no tuvo ánimo ya para tirar y que están ahí esperando con sus maravillas dentro: algunos portafolios de cuero, cajones con papeles,  láminas de madera muy finitas, y un olor a aserrín, a suela de zapato, a cuero que duraron en ese estado hasta que mi padre fue ocupando ese inmenso espacio con sus herramientas, sus máquinas y sus motores.

Caminar ahí adentro era siempre descubrir algo nuevo, inquietante. Al correr de los años llegaron heladeras, ventiladores, lavarropas, escritorios, armarios, mesas, lámparas con caireles, arañas, ventiladores, y después, además, todo el galpón de mi abuelo, todo el ropero y la cocina de mi abuela; los libros, los muebles y los planos de mi tío, ropa, lanas, telas, revistas, discos, frascos, todos los baúles y valijas usados en la familia desde 1928. Pero todo esto llegó también la interdicción: "no hay nada interesante ahí, son todas porquerías viejas, otro día mejor buscamos, las cosas mías no me las revuelvas."

Los sectores por los que se podía caminar se fueron achicando cada vez más, los bultos fueron perdiendo su forma y desaparecieron  bajo enormes capas de tierra, telas que las recubrían, telas de araña, diarios viejos. Inútil fue la insistencia: en estos últimos años la negativa era cerrada cada vez que yo proponía ver qué había ahí.


Estuvimos más de un año tratando de atravesar ese galpón, de sacar cosas, tirar papeles, abrir bolsas, baúles, cajas y cajones. No terminamos, pero llegó finalmente el día en que logramos dar vuelta todo, abrimos la última bolsa, vaciamos el último estante, recorrimos el último entretecho.

Ese fue el día en que murió también la casa de mis padres.


19 de julio de 2012

Labor



Apenas logré terminar, hace cuatro meses, el pullover que había empezado a tejer en julio del año pasado, fui y me compré lana para hacerme otro, incentivada por la cantidad y belleza de pulloveres, sacos, camperas y chalecos que teje maravillosamente mi hermana, Alicia.
Sin embargo, no llegué a hacer ni la mitad de la espalda: una enorme bolsa llena de históricos ovillitos de lanas de diferentes épocas y colores (podría llegar a contar qué fue de casi todas esas lanas, qué forma y qué destino tuvieron)  me sedujo lo suficiente como para abandonar la tarea útil, práctica y ponible, y emprender ESTO, que mide como mi mesa, 90 cm por 110cm, que tiene - además de los restitos arqueológicos- dos madejas de moahir color marfil nuevas, que no se muy bien para qué me va a servir, (para las muñecas es muy grande, para Nina muy pronto va a quedar escaso, en fin veremos, aunque no estoy esperando que nadie regrese a casa, siempre puedo hacer como Penélope), pero que me da un indescriptible  (y para los demás) incomprensible placer.


Ya me lo dijo Muriel: no vas a tirar ninguna de esas lanas que te duelen. De eso se trata ahora: de agotar los stocks. Si a alguien le gusta ver verdaderas obras de arte de este tipo puede visitar el blog de esta maravilosa poeta y tejedora, Clothogancho, que vive en el sur de Francia.




2 de julio de 2012

Foscolo - A Zacinto

Nunca más tocaré ya tus orillas
donde mi cuerpo de niño reposaba,
Zacinto mía, que te ves en las ondas
del griego mar del que virgen naciera

Venus, quien hizo esas islas fecundas
con su primera sonrisa, y no calla
tus límpidas nubes y tus bosques
el ínclito verso de aquel que las aguas

cantó fatales, y el intrincado exilio
por el cual bello de fama y desventura
besó su pedregosa Itaca Ulises.

No tendrás de tu hijo más que el canto,
o mi tierra materna; a nosotros prescribe
el hado deplorada sepultura.



La traducción es mía a partir deUGO FOSCOLO, Odi e sonetti, Letteratura Italiana Zanichelli, Le Monnier, Firenze, 1985, p 16.