22 de febrero de 2013

Mais, quand d’un passé ancien rien ne subsiste, après la mort des êtres, après la destruction des choses, seules, plus frêles mais plus vivaces, plus immatérielles, plus persistantes, plus fidèles, l’odeur et la saveur restent encore longtemps, comme des âmes, à se rappeler, à attendre, à espérer, sur la ruine de tout le reste, à porter sans fléchir, sur leur gouttelette presque impalpable, l’édifice immense du souvenir.

17 de febrero de 2013

Casa de campo




He ido toda la vida al "campo", desde que nací, cualquiera sea la estación del año. Para mí, el campo por antonomasia fue siempre la chacra que mi abuelo tenía en Ascasubi, de la que se ocupó él hasta su muerte en 1984, y mi padre y mi madre, hasta hace unos pocos años.

Qué idea tenia mi abuelo del campo, qué imagen, qué contraste podía percibir el entre esta llanura desolada convertida a duras penas en vergel gracias al riego y a un trabajo descomunal, y los "campos" en los valles de montaña en los que vivió y trabajo en su juventud en Italia, en el Trentino, en Italia, es algo que no se me ocurrió preguntarle; y probablemente, pragmático como era, le hubiera parecido una respuesta imposible de formular o de expresar.

Fue con mis padres (y a través de la idea que ellos se hacían de todo ese mundo), que conocimos el campo. Con ellos íbamos, pasábamos vacaciones, feriados o fines de semana, cuando éramos chicas, de vacaciones. (recién me hace acordar mi hermana de cuando salíamos a caminar todos juntos, lo disfrutábamos -aunque se ve que ese recuerdo estaba oculto). Es más, del campo se hablaba todo el tiempo en casa, en términos de novillitos, animales, pasturas, tranquera, alambrados, vacunas, riego, canal, compuertas, álamos, manga. Pero no fue solo en base a esos términos que me hice mi propia idea del "campo" . En mi imagen, en mi percepción del "campo"  se encontraron -en tensión- las muy diferentes imágenes que cada uno de ellos, mi madre y mi padre tenía del "campo."

Para mi madre, el campo es la tierra virgen que compra su padre, y luego (cuando ya es maestra) la llanura, y el Pampero (que yo también me sabía de memoria)

Hijo audaz de la llanura 
y guardián de nuestro suelo, 
que arrebatas en  tu vuelo
cuanto empaña su hermosura.
Ven y vierte tu frescura
de mi patria en el ambiente
ven enérgico y valiente
bate el polvo en mi camino
que hasta soy mas argentino
cuando me azotas la frente.

El viento se lleva todo lo superfluo, lo que empaña la "hermosura" (lo "hermoso" para ella -recuerdo bien- eran los novillos gordos, los potreros llenos de trigo, o de alfalfa) De ahí entonces que la casa de campo siguió siendo absolutamente despojada, sin ningún ornamento, sin nada que distraiga los esfuerzos orientados a la producción de la "hermosura":



Mi padre en cambio vivió su juventud en una pequeña localidad de la provincia, hizo el servicio militar en Buenos Aires, leyó mucho en esos años, vivió en Bahía Blanca, trabajó un tiempo en una estancia en Trenque Lauquen (donde despuntaba de paso el vicio de coleccionista de "antiguedades") y recién pasados los cincuenta -cuando mi abuelo ya no estuvo - se hizo cargo del "campo". Así decoró él, en esos años, el interior de la casa del campo:



Estribos, lazos, rebenques, espuelas, tijeras, boleadoras, los "gauchos" de Molina Campos y los almanaques de cuero repujado que le habían regalado en Trenque Lauquen (en el corazón de la pampa húmeda) fueron los anteojos con los que mi padre miraba ese pedazo de tierra que tenía que cultivar, regar, caminar.

No sé si hubo alguna vez gauchos como esos, o caballos para andar galopando a campo traviesa. Vivió ahí, del otro lado del patio, en una casa de adobe mucho más antigua e igualmente despojada, durante más de veinte años, la familia Mamani (él, boliviano, ella, Elena, jujeña, y sus siete hijos), con su quinta, sus gallinas, y su horno de pan:
























Elena y Elisa, mayo de 2006

Todo esto como consecuencia de la lectura del fascinante libro de Gracila Silvestri, El lugar común.

2 de febrero de 2013

Naturaleza

He venido desde mi más tierna infancia a este lugar con mis padres. Y sigo viniendo todavía, con gran placer.
Este verano traje conmigo El lugar comun, de Graciela Silvestri,  el libro del año, y entonces -motivada por algunas páginas de ese maravilloso libro- me divertí durante mis caminatas observando y conversando, averiguando algunas cosas, y pensando otras.

La frondosa arboleda, los tamariscos sobre la playa, los médanos, y las casas más viejas.
Sin embargo, parece que hace 70 años en este lugar no había ni un solo árbol, ni tamariscos en los médanos, ni tierra que no fuera arena. Hasta que, hacia 1937 el estanciero propietario de esas tierras y dunas que llegaban hasta el mar trazó un par de calles perpendiculares a la playa y plantó eucaliptos. Un famoso urbanista-paisajista fue convocado para el trazado de la futura villa balnearia, Benito Carrasco, quien en base al trazado de esas primeras avenidas avanzó con una composición en abanico, característica de las ciudades de veraneo:


No solamente el terreno completamente ondulado y lleno de desniveles sino también los senderos sinuosos dan un aspecto "natural" al paisaje. Las líneas curvas características de las casas más antiguas parecen reforzar esa impresión. Esta es una de ellas, construida entre 1949-1950 por uno de los primeros propietarios:




Pero hete aquí que me vengo a enterar que:

- los árboles fueron sembrados, cuidados, podados y pacientemente regados, (ninguna de las especies es "autóctona"), de hecho conocimos hace unos años a Ramón, quien nos contó que siendo él muy pibe hacía ese trabajo de regar con un carro con caballos;
- los médanos fijados (cubiertos con lienzos de lana sujetos con gran cantidad de estacas de tamarisco, en poco tiempo las estacas brotaron y prosperaron porque la arena almacena bien la humedad -agua dulce-, y con quinchos de olivillo para evitar el avance de la arena). Después se desechó este sistema por el de empajado, es decir cubrir los médanos con paja de yuyos.
- gran cantidad de tierra y tosca fue traída en camiones desde el campo cercano para consolidar las calles y los terrenos.

¿Podríamos pensar que esta nueva y artificiosa "naturaleza" se superpuso dominándola, a la naturaleza "natural" de este sitio?
Los arcos, las tejas, las lajas quedan ahora perdidas entre el follaje y los médanos umbríos cubiertos de uña de gato.
Muchas casas y cabañas se hicieron, luego, de madera, como corresponde "típicamente" a un lugar de naturaleza y bosque.
Por suerte Carrasco no llegó a ver los bizarros ejemplares de kitch arquitectónico de este sitio (la casa barco, el molino, el plato volador, la lata de cocacola gigante).

Daría la impresión de que solamente en la playa, en el ir y venir de las mareas, no hay historia.



(La información está tomada del libro de Horacio Gonzalez Martínez, El bosque junto al mar. Memorias de Pehuen-Co, Bahia Blanca, 1992. Cliquear sobre los textos fotografiados para ampliar)

1 de febrero de 2013

La luna, esta noche
como una lápida
sobre nuestras cabezas

Me acordé de estos versos, de hace muchos, muchos años, una noche de verano como esta, de duelo ajeno también, de calor irrespirable.