29 de junio de 2013

Carita de bronce


Mi padre bricoleur arma para la casa del campo una especie de perchero multifunción. Para ello emplea un trozo de madera proveniente probablmente de algún mueble a la que barniza convenientemente, y adosa con oportunos tornillos de bronce seis ganchos metálicos chicos para implementos pequeños: hachuela, tijera extraña, soga, una especie de pinza que no sé qué es; luego estrategicamente centradas dos piezas de perchero antiguo de metal dorado con cuatro tornillos cada uno; y luego como si el rejunte hubiera sido poco, procede a adosar en cada extremo dos pequeños adornos de bronce, y en el centro, una carita, de esas mismas caritas que hemos ido rastreando pacientemente en fachadas, puertas, y balcones.

Todavía tiene que aparecer quien pueda contarme más detalles sobre estas caras.

Esta foto es de 2006.


Así luce ahora:

23 de junio de 2013

Interdicción IV

Quién sabe si no era un grande, un fuerte dolor, lo que volvía imposible a mi madre hablar de la suya?
¿Por qué no hablaba casi de ella?

¿Por qué vedaba cualquier intento mío por saber o conocer más del pasado?

Que el dolor obtura y enmudece, casi siempre es algo que sabemos, por propias experiencias, y ajenas. Y que a la vez, el dolor, hasta que no es dicho, lo impregna todo: los gestos, las decisiones, las palabras, las relaciones entre la persona que lo padece en secreto y quienes la rodean.

¿Qué dolor imponía su ley con tanto rigor, que llevaba a mi madre a enmudecer acerca de su madre, o repetir siempre, como latiguillos las dos o tres mismas tristes frases que le oímos decir durante años? ¿Qué dolor seguía tan presente en mi madre, una mujer activa, emprendedora e inteligente, que la llevaba a veces, incomprensiblemente, a aceptar y tolerar situaciones de extrema -e innecesaria - exigencia, entregando su propia vida, sus energías y sus posibilidades de ser feliz como oblación y sacrificio... ?

El hermano de mi madre, diez años mayor que ella, contó alguna vez a su hija Guillermina que recordaba a su  madre una noche de Navidad, llorando desesperada por que había pegado mal unas etiquetas en las botellas de vino y el abuelo se había enojado con ella.

Eso no debe haber sucedido una sino muchísimas veces.

Nada angustia tanto a un niño como ver llorar a su madre. Pero a la vez, la autoridad de un padre que hace llorar a su mujer (y esperemos que hayan sido solo palabras duras las que provocaron ese llanto) no puede ni siquiera ser puesta en duda, aunque en el fondo termine generando un secreto odio.

La abuela llora, aporreada por los gritos - y a continuación el silencio glacial - de su marido. Las cuentas en el interior de la familia jamás se saldaban: solamente obediencia, silencio, y aceptación de lo que sucedia, todo para mantener y acrecentar esos bienes que en definitiva iban a ser para los hijos. Un adolescente (mi tío) tal vez puede tomar distancia, y al llegar a la edad adulta, irse, irse muy lejos, y hablar, contarles luego a sus hijos almenos algo de lo que había sucedido en su casa cuando era chico.

Una niña (mi madre), diez años menor que el adolescente, tal vez no tiene los recursos para verbalizar, objetivar lo que está ocurriendo. Quién sabe si no siente tal vez, incluso, culpa, una tremenda culpa. Se instala en ella una angustia profunda, infinita, de la que no habla con nadie en ese momento, y de la que no volverá a hablar nunca, porque la herida está ahí intacta, duele de solo mirarla, y sería intolerable decirla: la abuela inmolada, un sacrificio que necesita justificarse, y reiterarse para que todo siga teniendo sentido.

Eso no se transmite en la sangre sino a través de minuciosas palabras, actitudes, mandatos. Sobre "la sangre" no se puede actuar, sobre las propias decisiones de vida, sobre el modo en que uno procesa su propia historia, tal vez sí.

Por eso hay que decir, hay que decirlo todo, para sacarlo afuera, para que esas cuentas se salden definitivamente, y lo mismo que sentí el otro día, poder olvidarlas y seguir viviendo con felicidad, nuestras propias vidas.



Interdicción I

Interdicción II

Interdicción III


20 de junio de 2013

Torta Juliana de coco

 

La obra de arte en este caso no es la foto de la torta (evidentemente), sino la torta misma: maravillosa
La receta la tomé del blog de Giuliana Fabris, y como suele suceder uno introduce algunas modificaciones:
300 gr de harina leudante
100 gr de coco rallado
250 gr de azúcar
250 cm de aceite (un vaso)
125 cm de leche (medio vaso)
1 huevo
ralladura de un limón entero (y grande si fuera posible)
esencia de vainilla
pizca de sal
Todo a la procesadora un buen rato hasta que quede bien batido. La preparé en dos moldes de tarta, para que me quede baja, tipo bocaditos.

Es riquísima

Esta es la receta original:
150 gr farina 00
150 gr farina di cocco
mezza bustina di  di lievito
250 gr di zucchero
250 ml di olio di semi
125 ml di latte
1 limone grattugiato
3 uova
1 cucchiaino di essenza di vaniglia
un pizzico di sale

17 de junio de 2013

Clausura

El final de la saga.

Las dos tías viejas vivieron más de 90 años, cada una, y consumidas en la soledad, víctimas de su propio veneno.

Tres mujeres -sobrina, nuera, sobrina política- lidiando con los cuerpos de ellas, sus propiedades, sus insidias, y sus sombras, durante tantos años.

Hasta sus lápidas en el cementerio pesaban.

Un día ya nadie pagó más.

Al osario.

Que dios las tenga en la gloria.

(Y yo necesitaba escuchar este final de la historia.

Ahora nosotros podemos seguir viviendo ligeros, y quizás, también, olvidarlas.)

Encuentro (y cierre)





Mi primo Beppino (Giuseppe Sansoni) y el padre Víctor (Vittorio Albasini -las que fueron a María Auxiliadora entre 1980 y 1983 tal vez lo recuerden) charlando conmigo por skype desde Rovereto (TN, Italia), después de haber estado durante el día en Poia, con mi tia Albina, Angela, Donatella y Matteo.

A los 16 años yo trataba de hablar en italiano con el cura cuando íbamos a Fortín Mercedes. Después que terminé el colegio nada supe de él hasta hace dos años, que lo googlé y lo encontré de misionero en Kenya.
Hace un mes me contó que iba de vacaciones a Italia; qué bueno, a mí me gustaría ir a visitar a mis primos y a mi tía, le dije; los voy a visitar yo, me respondió.
Eso hizo hoy. Me parece increible que se hayan encontrado. Me emociona.

9 de junio de 2013

Naranjas



La feracidad del patio de la casa de mis padres no deja de asombrarme: desde hace ya mas de dos años nadie se ocupa de ese patio, y es verdad que muchas plantas se han secado, los travesaños del parral ya se han quebrado, y hay por todos lados tallos secos, ramas y hojas caídas; pero las hendiduras entre las lajas de los senderos que lo atraviesan están todas llenas de gramilla y césped, un matorral de alhucemas ha cubierto por completo el portoncito metálico que da al patio de atrás, y el naranjo, como si hubiera potenciado el amoroso cuidado de mis padres - que en cuarenta años nunca dejaron de regarlo dos veces por día, podarlo, hacerle injertos, desinfectarlo, sacar los yuyos, matar hormigas -, volvió a dar este año las más espléndidas naranjas.

No tienen semillas, y el jugo es abundante y delicioso.

2 de junio de 2013

Bacánica





Publiqué un texto, en uno de mis blogs, Italianos en Bahía Blanca. Esta es la conclusión:

"Siento la necesidad -imperiosa- de conocer este proceso de configuración de la identidad de los inmigrantes italianos en este lugar del mundo, y la de sus hijos y nietos, para poder sobrevivir a la avalancha de eslogans basados en clishes quasi-publicitarios, y de fantásticas-fantasiosas versiones retrospectivas del pasado, que demuestran una determinada voluntad por inventar y consolidar una identidad y un sentido de pertenencia fuertes, pero, paradójicamente, a partir de un supino desconocimiento de la historia. Proyectar hacia los argentinos descendientes de italianos un concepto general y abstracto de "italiani all'estero", sin tener en cuenta estas experiencias concretas, puede llegar a generar equívocos, desencuentros y perplejidades entre quienes desean -sin duda con las mejores intenciones-, actuar e influir en la realidad presente."