30 de diciembre de 2013

Denise Levertov - Libación

LIBACIÓN

Levantando los vasos, con una sonrisa
nos deseamos no suerte
sino felicidad. Después de media vida con
y sin suerte
sabemos que es necesario más que eso.
No importa si tomamos
jugo de tomate en vez de vino o whisky--
Sabemos lo que queremos decir,
y el jugo rojo de esos frutos virtuosos
es algo que apreciamos los dos.
Te recuerdo maravillado, como ante un milagro,
al verlos en las enredaderas robustas
del invernadero de mis tíos
¡listos para arrancar y comer con el desayuno!
Teníamos veintitrés años y un hambre insaciable...

Entonces coincidimos en los tomates- ¿y en la felicidad?
Sí, en eso también: queremos decir, crecer, ramificarse;
dar hojas, capullos, frutos; y el olor punzante de los sueños.
Queremos decir, conocer a alguien tanto
no, más, de lo que nos conocimos nosotros.
Y que nos conozcan. Nos deseamos
la suerte de no necesitar suerte. Echo
entonces, un poco de sal y de pimienta
en mi jugo, con el gesto antiguo;
¿Y qué habría de malo
en derramar medio vaso
para los dioses?
Sonreímos.
Después de estos meses de dolor empezamos
a admitir que nuestras vidas nuevas comenzaron.

Denise Levertov
(traduccion de Sandra Toro)

Libation

Raising our glasses, smilingly
we wish one another not luck
but happiness. After half a lifetime
with and without luck,
we know we need more than luck.
It makes no difference that we’re drinking
tomato juice, not wine or whiskey-
we know what we mean,
and the red juice of those virtuous
vegetable-fruits is something we both enjoy.
I remember your wonder, as t a miracle,
finding them growing on sturdy vines
in my old aunt and uncle’s sun-room
ripe to pluck at the breakfast table!
We were twenty-three, and unappeasably hungry…

We agree on tomatoes, then- and happiness?
yes, that too: we mean growth, branching,
leafing, yielding blossoms and fruit and the sharp odor
of dreams.
We mean knowing someone as deeply,
no, deeper, than we’ve known each other,
we mean being known. We are wishing each other
the luck not to need luck. I mill
some pepper into my juice, though,
and salt in the ancient gesture; and what would be wrong
with tipping out half a glass
for the gods?
We smile.
After these months of pain we begin
to admit our new lives have begun.

February 1975

26 de diciembre de 2013

Rincasare


Voy a cambiar un baúl de madera modelo 1927 por bolso modelo 2014, para poder regresar y dar por concluido un viaje, y satisfecho un deseo que nos viene atravesando desde hace tanto tiempo.

13 de diciembre de 2013

Terrina Juliana de atún y berenjenas con tomates y albahaca


Una terrina.
Dos berenjenas grandes.
3 dientes de ajo
1 lata de atún grande
50gr de queso rallado
albahaca
sal pimienta nuez moscada
4 huevos

Se ponen a escurrir las berenjenas con sal al menos una hora hasta. Se cortan en pedacitos y se fríen a fuego muy suave con el ajo picado y la albahaca hasta que quedan bien tiernas. Se condimenta con pimienta y nuez moscada.
Luego se coloca en la procesadora todo esto con los cuatro huevos, el atún, el queso rallado y se procesa uno cuantos minutos hasta que queda una crema casi homogénea.
Se coloca esta preparación en un molde enmantecado, y se cocina a horno muy suave durante 45 minutos al menos.
Acompañada de tomates y albahaca con aceite de oliva queda espectacular.

La receta es de Giuliana Fabris: así es la versión original

  Sformato di tonno e melanzane con pomodori al basilico


2 melanzane grosse tonde, 2 scatolette di tonno medie, 3 spicchi d'aglio, 5 o 6 belle foglie di basilico, 50 gr parmigiano reggiano, 4 uova, olio, sale, pepe, noce moscata.

per accompagnare:
1 o due pomodori
mezzo spicchio d'aglio
basilico
olio, sale, pepe



Sbucciare le melanzane, tagliarle a rondelle abbastanza spesse, cospargerle di sale  e metterle a fare l'acqua come il solito.
Aprire le scatolette di tonno e lasciarle sgocciolare dall'olio. Dopo circa un'ora sciacquarle, asciugarle molto bene e tagliarle a tocchetti, quindi metterle a rosolare in olio caldo con gli spicchi d'aglio spezzettati e le foglie di basilico. Aggiungere un pizzico di pepe, una pizzico di noce moscata, regolare di sale, calcolando che sono state comunque salate prima, abbassare il fuoco e cuocerle finché sono belle tenere,  lasciarle raffreddare.Quando sono fredde mettere il tonno, le uova, il grana e le melanzane, aglio e basilico compresi, nel bicchiere del frullatore e frullare fino ad avere una crema omogenea. Imburrare  generosamente uno stampo da plumcake o altro a piacere e versare il composto. Cuocere in forno per circa 50/60  minuti a 160°. Il tempo varia da forno a forno, quindi regolatevi in base al vostro. E' pronto quando al tatto è sodo e resistente.
Dovesse scurirsi troppo, coprirlo con un po' di alluminio.


Preparé esta terrina para ir a cenar con mis compañeras de la Dante Alighieri, ayer a la noche. Había, desde ya, muchísimas otras cosas riquísimas. Si aparece alguna foto, la agrego.



8 de diciembre de 2013

De cómo Las ciudades invisibles de Italo Calvino están presentes en el libro sobre Talleres Noroeste



El título del libro Los talleres invisibles: una historia de los talleres ferroviarios Bahía Blanca Noroeste alude, evidentemente, al hecho de que los Talleres Ferroviarios Bahía Blanca Noroeste estuvieron históricamente ocultos a la vista, detrás de los paredones y los eucaliptos; silenciados en los planos de la ciudad y en los catalogos de patrimonio urbano; y ahora, ya demolidos prácticamente en su totalidad. Sin embargo, el título tiene además otro origen. Leí el libro de Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles, hace muchos años, cuando estaba en Inglaterra estudiando los viajes de turismo anticuario de Germanico, Tito y Vespasiano en los Annales y las Historias del historiador latino Tácito (S IIdC). En aquel momento, hubo dos frases que me impactaron:  

“De  una ciudad no gozas de sus siete o setenta y siete maravillas sino de la respuesta que da a una pregunta tuya (o de la  pregunta que te formula, obligándote a buscar una respuesta)”, 

y la otra: 

"el que habla, habla, y pareciera que cuenta siempre lo mismo, pero el que escucha retiene solamente las palabras que espera.  Lo que dirige (ordena) el relato no es la voz del que cuenta, sino el oído.”

Muchas fueron las vueltas y las cosas que sucedieron desde entonces, pero reencuentro estas frases, reencuentro el texto de Calvino, ahora al hacer mi reflexión metodológica al final del camino (meta hodos) con respecto a este trabajo sobre los Talleres Noroeste.

Estas cosas me hubiera gustado decir anoche, en la presentación del libro:

Lo que las palabras de ustedes revelaron desde el principio fue un fuerte deseo de “mostrar”, de hacer visible. Y me ha sucedido como al viajero que llega a la primera ciudad del libro de Calvino, a la ciudad de Diomira:  me sentí impulsada por un deseo profundo de conocer, experimentando algo así como una fascinación por quienes ahora recuerdan, y sienten que fueron felices en aquellos tiempos. Si ese deseo fue el motor, fue necesario a la vez tener presente todo el tiempo esa primera mediación, la del tiempo transcurrido entre el momento en que las cosas fueron vividas, el momento de la experiencia y el momento en que esas cosas se cuentan, relatan, y la causa del efecto de felicidad que produce el hacerlo, aunque los hechos que se cuentan sean dolorosos, o tengan un final terrible como en el caso de estos talleres, que quedaron totalmente desmantelados y destruidos.


Todos ustedes me han contado "su" taller, no una sino muchas veces; anécdotas, minuciosas explicaciones del funcionamiento de maquinarias y procedimientos de trabajo, situaciones de diversa índole, tanto dentro como fuera del taller.. Esa reiteración, esa coincidencia acicateó aún más el deseo y dio sustento a un interés que se fue definiendo y acentuando con el tiempo. Sí, para  que el taller haya empezado a existir fue necesaria esa repetición, a veces sorprendentemente casi con las mismas palabras personas que no se ven desde hace muchos años, a veces incluso en boca de personas que ocupaban posiciones o actividades completamente diferentes dentro del taller. Esto también dice Calvino, “la memoria es redundante, es necesaria la repetición para que algo llegue a fijarse como imagen”. (Zirma, 19). Así entonces, en base a varias de esas constantes, de esas regularidades, fue posible trazar una estructura básica de lo que fueron los talleres y reconstruir un panorama fascinante, en particular, de los últimos años de los talleres.

Sin embargo, a un riesgo nos enfrentamos y para conjurarlo trabajamos cuidadosamente. A la hora de empezar a escribir las primeras páginas, parecía que iba a ser muy difícil poder decir otra cosa acerca de los Talleres, diferente de lo que quienes los vivieron repiten siempre. Es más, en un primer momento sentí que a eso debía limitarme, a repetir lo que venía escuchado y que de ningún modo podía violentar esa serie de imágenes más o menos comunes que todos ponían ante mis oídos. Sin embargo, la cantidad de entrevistas me fue llevando a ver que ese taller, evocado así,  hasta el último detalle y siempre del mismo modo, (como la ciudad de Zora, p 15), quedaba de alguna manera inmovilizado, "obligado" a ser de algún modo, siempre igual a sí mismo.  De ese modo, el “otro” taller, el que no quedó fijado con palabras, el que no tuvo la fortuna de ser contado, se pierdía indefectiblemente, se diluía. Por eso, a sabiendas de antemano que era un tarea casi imposible por definición, siempre a través de la mediación del trabajo de escucha y de lectura de los testimonios, hemos hecho al menos el intento de encontrar aunque sea algunos rastros e indicios de ese taller que no fue contado, buscando en los repliegues mismos de las palabras de las entrevistas (en sus silencios, en esos detalles dichos de pasada mientras contaban otra cosa, en la estructura narrativa en la que cada relato se basaba, mas alla de los datos en si mismos), y también en otras fuentes, formulando preguntas que pudieran poner en cuestión y desacomodar los lugares comunes, los latiguillos o las imágenes y explicaciones mas o menos estereotipadas, buscando y formulando las palabras que nos permitan rescatar algo de aquello que había quedado afuera, y que de otro modo no habría podido ser contado.

Todos ustedes se han prestado con gran generosidad a ser entrevistados, incluso muchos de  los que al principio dijeron “y yo ¿qué te voy a contar?” o “preguntale al jefe”. Muchos de ustedes al inicio de la entrevista se mostraban circunspectos pero a medida que avanzaban en el relato las palabras y los recuerdos fluyeron, a veces en más de un encuentro. También, y con mayor frecuencia, sucedía lo contrario: “podria estar hablando una semana seguida”, "hay muchísimo para contar", Al llegar a un cierto punto de la entrevista a veces si yo no preguntaba algo más, se llegaba a un punto en que el interesado decia: "bueno, esto es lo que tenía para decir”, esta es mi historia, y eso que parecía que iba a ser infinito llegaba a un punto, a un redondeo, se podía acotar en su duración, como un objeto entre las manos. A mí misma me pasa ahora que tengo el libro: parecía que no iba a terminar nunca, pero ahora todo esto que tenía para decir está encerrado en estas 330 páginas. “Las imágenes de la memoria, una vez que han sido fijadas con palabras se borran” dice Marco Polo al Kan (p.88). Se borran o al menos, pierden esa condición de acontecimiento presente (y por lo tanto eventualmente doloroso) en la mente. Una posibilidad sería no hablar, no decir nada, y eso sucede cuando aún la posibilidad misma de decir, la capacidad de contar está obturada por algún dolor muy profundo: en el caso de ustedes, los ferroviarios entrevistados, los despidos, retiros voluntarios, la pena o la indignación de ver los edificios y el predio del taller completa y salvajemente destruido; y en el mío, no solamente una profunda indignación por el silencio en que historicamente estuvieron ocultos, por la negligencia de quienes permitieron que todo se destruya, y por el cinismo de quienes en lugar de proteger lo que es de todo lo destruyen sinmás, sino también -y esto es algo que está en un nivel mas profundo de la conciencia- un placer casi infantil por seguir "estando" en ellos, reviviendo una y otra vez esa fantasmagoría que gracias a los recursos del oficio se iba volviendo cada vez mas consistente, más compleja, más nítida. Quién sabe si tardé todos estos años en terminar de escribir el libro porque yo también me resistía a “dejarlos ir”, perderlos, viviendo en plenitud un duelo que de algún modo -y superponiéndolo a los duelos propios, personales- terminé haciendo mío. Pero aunque podría parecer doloroso, esa posibilidad de poner en palabras, de “volver objeto”, tanto para los que vivieron la experiencia del cierre, despido, retiro voluntario, reubicación, como para mí, que tengo ahora el libro en mis manos, ha demostrado que tiene un efecto terapéutico, y que va más allá de una cuestión individual. En el ejercicio de la memoria y del relato y reelaboración de las propias experiencias en cada uno de quienes cuentan, y en el ejercicio de escribirlas, el efecto terapéutico tiene que ver no solamente a nivel personal, con poner en palabras, y contar la historia de estos talleres. A muchos seguramente les sucedió, y les va a suceder ahora cuando lean el libro, van a terminar reencontrándose con un pasado que ya ni sabía que tenía. La posibilidad de encontrar inserto el relato de las experiencias individuales en una historia común, da como resultado una historia de la que por cierto no están ausentes las tensiones, las dicotomías, los diferentes y a veces contrapuestos puntos de vista sobre múltiples cuestiones, consecuencia de la posición, del rol que jugó cada uno en esta historia. Sin embargo, al sumarse en un conjunto los propios recuerdos se reelaboran y se resignifican, y se transforman en otra cosa, en historia de la ciudad, en historia del ferrocarril, en historia de la economía regional, en historia del trabaj, es decir, la historia como una herramienta para conocernos, analizar las causas de los problemas y situaciones presentes, y fundamentalmente para la acción.

De qué está hecha una ciudad, explica Marco Polo al Kan al hablar de la ciudad de Zaira: de las relaciones –y nosotros podríamos agregar las tensiones- entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado. El acontecimiento de la existencia de los Talleres entre 1890 y 1996, el acontecimiento de su abandono por parte de las autoridades y de su destrucción, el del esfuerzo de recuperación de al menos un sector de la playa de reparaciones del Taller como espacio parquizado por parte de los vecinos, y el abandono y demolición caotica de los magníficos edificios, son hechos que han marcado profundamente a nuestra ciudad, aún cuando parte de esos fenómenos sigan siendo invisibles, pero que a nadie -pareciera- le importan en absoluto. Y sin embargo, ese espacio no son solamente las dieciocho hectáreas que van desde Rondeau a Juan Molina. Ese espacio es toda la ciudad, White incluido, donde viven y trabajos los varios cientos de exferroviarios que hemos entrevistado, donde están guardados estos documentos y donde estamos nosotros, y personas que ahora o en el futuro querrán saber, repensar y actuar: “De esa ola que refluye desde los recuerdos la ciudad se embebe como una esponja y se dilata”.

Por eso, podríamos decir con respecto a los talleres noroeste lo que Calvino dice de la ciudad de Despina: el que viene desde el mar, ve la ciudad como el lomo de un camello y la promesa de exóticos placeres en un oasis en medio del desierto; el camellero que llega desde el desierto la ve como una nave que lo puede salvar del agobio de la arena del desierto con el viento suave del mar. “Cada ciudad recibe su forma a partir del desierto al que se opone”.  Podemos ver a los talleres (lo que queda de ellos, el taller contado en este libro) como el cadáver de un gigante despedazado, recortándose por sobre el paisaje del pasado, un pasado que al estar indefectiblemente  ligado a la juventud de quienes lo evocan aparece se puede correr el riesgo de verlo idealizado, mistificado; y como tal, fuente de tristeza, pesimismo y esterilidad, porque impide procesar el duelo por su pérdida, impide la acción y la posibilidad de hacernos cargo de nuestro pasado. 

Pero también podemos verlos, desde el punto de vista de los edificios, como una lamentable pérdida sí, pero que habrá que asumir y cicatrizar, como un desafío para la ciudad que vive, sigue creciendo y afrontando nuevas necesidades. Tal vez no se trate de tener que conservar esos edificios "históricos" por sí mismos porque eso podría llevar a momificar y transformar la ciudad en un cementerio, sino quizás de poner el cuerpo de ese predio en constante transfomación (lo que queda de las construcciones, el parque, las calles que están a punto de abrirse) al servicio de la vida, de la comunidad que se transforma; y como historia, la de estos talleres -pensada no tanto como la historia de unos edifiicos, o de una serie de empresas, o la de un medio de transporte pensado en abstracto, sino fundamentalmente como la historia de los miles de hombre que durante cien años trabajaron en ellos- pueda servir como un potente mensaje para el futuro.



5 de diciembre de 2013

El pasado no es un cuento de hadas: de cómo se escribió el libro “Los talleres invisibles. Una historia de los Talleres ferroviarios Bahía Blanca Noroeste”.




V Jornadas de Investigación en Humanidades
Departamento de Humanidades – Universidad Nacional del Sur
Bahía Blanca, 18 al 21 de noviembre de 2013


Ana Miravalles
Ferrowhite (museo taller)

El sordo ronquido de las sierras al morder el acero, los ejes relucientes, los tornos y las poleas que giran al parecer movidas por un hada invisible al resplandor de las hornallas y de las fraguas, da una idea sugestiva de las secretas maravillas, de los prodigios de la mecánica y de los inmensos esfuerzos concurrentes que labran el progreso lento pero seguro de una población predestinada a ser una gran ciudad. (LNP, 17-9-1905)


Y sin embargo, no fueron hadas las que mantuvieron en funcionamiento los ferrocarriles durante cien años -entre 1890 y 1993-. Para que todo el cereal del sudoeste de la provincia de Buenos Aires llegara hasta los puertos de Ingeniero White y Galván  fue necesario que miles de obreros ferroviarios trabajaran incesantemente en los Talleres Noroeste (entre Rondeau y Juan Molina, Sixto Laspiur y Malvinas), ocultos tras los paredones y los eucaliptos, en la reparación y mantenimiento de locomotoras y vagones. Al momento de la privatización, casi toda la documentación sobre esos hombres fue incinerada en los mismos hornos de Talleres, y sus edificios abandonados destruidos, quedando así de nuevo invisibilizados casi por completo. Invisibles por los eucaliptos, invisibles porque ni en las guías ni en los mapas de la ciudad (ni en los nuevos ni en los más antiguos) aparecen mencionados, y ni siquiera fueron valorados como parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad, permitiendo que fueran vandalizados y demolidos, a tal punto que de su estructura no queda en pie casi nada.
A contrapelo de este proceso de borramiento, en Ferrowhite (museo taller) hemos venido estudiado la historia de los talleres: la evolución de sus edificios y el modo en que sus trabajadores los “habitaron”; la estructura de funcionamiento de sus secciones y los mecanismos de control; las características del personal y los mecanismos de formación e integración en la vida de la ciudad; el lugar de Talleres Noroeste en el sistema ferroviario nacional y local, los trabajos desarrollados allí en respuesta a diferentes políticas económicas y ferroviarias; y finalmente, varios de los conflictos suscitados durante el siglo XX en respuesta a esas políticas. En esta ponencia voy a argumentar que incluso en un espacio no convencional y no previsto para la investigación académica puede ser posible llevar a cabo una investigación como esta que culminó en la redacción de “Los talleres invisibles: una historia de los Talleres Ferroviarios Bahía Blanca Noroeste”, libro que vamos a presentar el 7 de diciembre.
En principio, esta investigación pudo llevarse a cabo en Ferrowhite, museo ubicado en Ingeniero White, porque se vio favorecida por un par de circunstancias. En primer lugar,  en el momento de la privatización y el desguace de los ferrocarriles a mediados de los ‘90, un grupo de trabajadores de Talleres emprendió para rescatar, al menos, parte de su patrimonio: herramientas, muebles, maquinaria y fotografías, después de varias vicisitudes, llegaron a formar la base de la colección de Ferrowhite. Por otro lado, la recuperación de la historia del trabajo en el puerto y en el ferrocarril ha sido un objetivo desde la apertura misma de esta institución, de modo que fueron las entrevistas, así como los documentos que por muy diversas vías llegaron a nuestras manos, los que nos permitieron plantear las hipótesis y el desarrollo de este trabajo.
Ahora bien, ¿es posible conciliar un trabajo de investigación “dura” con la agenda de un museo como Ferrowhite?

La investigación en el museo

El discurso del método tiene valor solo cuando es una reflexión a posteriori acerca de una investigación concreta Meta hodos: al final del camino[1]

La expresión “Investigación marcos institucionales alternativos” da por descontada la centralidad de la universidad como espacio y como fuente de financiación y recursos para la investigación. Es verdad que contar con gabinetes, una magnífica biblioteca como la biblioteca Arturo Marasso, subsidios regulares para el financiamiento de proyectos de investigación, y equipos de trabajo articulados, armónicos, y experimentados es una ventaja incuestionable frente a la situación en la que puede encontrarse cualquier otra persona que está fuera del sistema académico.
Es más, el ritmo que impone el variadísimo público visitante, el importante trabajo que cumple el museo con grupos educativos de toda la ciudad, su lugar como espacio de recreación y esparcimiento, e incluso como “atractivo turístico”; la agenda de actividades que está marcada con frecuencia por efemérides, o por propuestas que vienen de afuera; y finalmente los cajones, bolsas o carpetas llenas de documentos o fotografías sobre tal o cual tema que llegan en donación y que muchas veces no tienen nada que ver con la cuestión que uno en ese momento tiene entre manos) a los que hay que dedicar largas horas hasta que encuentran una identidad y un orden en el archivo, todas estas situaciones no parecen constituir las condiciones más apropiadas para investigar, al menos según los parámetros de la institución universitaria.
Y sin embargo esto es lo que teníamos a mano para empezar, además de la propia formación. Un puesto de trabajo en el museo.

Las herramientas para investigar en el museo

Para empezar, yo no sabía absolutamente nada sobre estos temas. Empecé dando visitas escolares, y seguí haciendo entrevistas a todos los ferroviarios que se acercaban y manifestaban deseos de ser entrevistados, cualquiera hubiera sido el lugar de trabajo, la especialidad o la categoría alcanzada dentro de la empresa ferroviaria. También se me encargó mantener en orden lo que esperamos que algún día llegue a consolidarse como un buen archivo: libros, documentos, planos. Todo al mismo tiempo.
 Las locomotoras que llegaban del Noroeste al galpón de locomotoras de White eran una pinturita, dice Pedro Caballero, mientras muestra a los chicos de una escuela su cajón de herramientas. Así, la coordinación de visitas escolares, el trato constante con docentes de las más variadas procedencias, el objetivo de hacer sentir parte de esta historia y de este lugar no solamente a los chicos de White sino también de Bahía Blanca, mostrando el funcionamiento integrado de toda la estructura ferroportuaria, permitió formular proyectos didácticos como “El taller en el taller”, “La maza en la cartuchera”, o “De historia yo sé un vagón”. La muestra del museo, los testimonios de ex trabajadores y la imprescindible consulta del material bibliográfico y de archivo se conjugaron, generando una profunda necesidad de sistematizar y sobre todo, de responder a una gran cantidad de preguntas y cuestionamientos.

1- Los objetos

El planteo de muestra del museo se basó inicialmente en una historia general de los ferrocarriles en la ciudad, y en la valoración formal de las piezas y herramientas, y del espacio de taller donde funciona el museo. Pero los visitantes cuentan y con sus palabras hacen hablar a las pinzas, los martillos, las bigornias, las fotos (provengan o no de Talleres). El trabajo con los objetos fue de ida y vuelta: algunos sirvieron como motivación para hablar de su experiencia en Talleres (el camión de los bomberos,  por ejemplo), y otros fueron traídos por los propios trabajadores, después de la entrevista (el medidor de potencia de Carlos Barros).

2- Las entrevistas

Aunque al principio me mandaban a entrevistar maquinistas, en seguida quedó claro que la mayor parte de los ex ferroviarios que visitaban el museo y dejaban sus datos para ser entrevistados habían trabajado en Talleres, sobre todo en talleres Noroeste y talleres Maldonado.
Nuestra clave de lectura y de interpretación de la historia de estos Talleres está fundada en los testimonios, no solo como “fuente de información o de anécdotas”. Al haber sido recogidos después de quince o veinte años del cierre, el desguace y en muchos casos los despidos, en todos los entrevistados vibra aún candente la pregunta por las causas, y el dolor por la pérdida; y la conciencia de la aniquilación de los Talleres, tanto como edificio como de la estructura de personal que le daba vida.
No faltan periodistas o arquitectos que hacen referencia a los Talleres señalando únicamente el porte de lo que queda de las antiguas construcciones inglesas. Es una mirada válida, por cierto, que nombra y vuelve visibles ciertas cosas, pero que ignora otras, por no ser “vistosas” o por parecer “insignificantes”. De ahí deriva entonces un relato instalado con gran fuerza en el imaginario de la ciudad que, al no ver en ese sitio más que ruinas, transforma a los Talleres en un “lugar”, en el que cada cosa pareciera haber adquirido su fisonomía en un pasado tan remoto como inmutable; un relato que da cuenta de la presencia de los edificios como si se tratara de un muerto, y un muerto que murió hace mucho tiempo, poco después de haber nacido, cuya breve y remota historia pareciera ser la única que puede ser contada.[2]
En cambio, si uno “entra” en ellos a través de lo que cuentan sus trabajadores, es posible prestar atención no solamente a los edificios ingleses sino también a las construcciones más nuevas, a las “covachas” para tomar mate, al “árbol” de la playa de reparaciones donde se hacían los asados en navidad, o a las vías llenas de gente trabajando. Atravesados por la historia (vivida y puesta en palabras) de jefes, supervisores y capataces, oficiales especialistas, aprendices y peones, los Talleres aparecen como un “espacio” en el que se organizaban, de un modo singular, las relaciones de trabajo, los conocimientos referidos a toda clase de oficios y al ferrocarril en su conjunto, los conflictos y reclamos, y los momentos de esparcimiento. La articulación de más de sesenta entrevistas está en la base de un relato que intenta dar cuenta, no sólo de un complejo edilicio sino también de un complejo entramado humano.
Hay quienes trabajan con “historia oral” basándose en una única entrevista para presentar casi sin mediaciones un relato que, por ser “testimonial” pareciera ya de por sí ser verídico. Pero los que trabajamos desde hace años con entrevistas como fuente sabemos cuáles son los problemas que pueden surgir: las confusiones de fechas y nombres, la apropiación de relatos ajenos, el deseo de ponerle color al propio relato que lleva muchas veces a sobredimensionar el dramatismo de algunos episodios, y a desestimar otros aspectos. Para contrarrestar esos problemas y corregir una enorme cantidad de informaciones erróneas, es que fue necesario confrontar los datos de las entrevistas con documentos escritos.

3- Los documentos

La última vez que se prendió el horno de la herrería de Talleres fue para quemar las fojas de servicio de todos los obreros que trabajaron ahí desde 1890. Por eso la posibilidad y las condiciones para escribir sobre ellos están directamente vinculadas a las circunstancias históricas que los llevaron al cierre y a la destrucción. El fuego que destruyó parte de los documentos, la dispersión de los que se salvaron, y  la dificultad de acceso a los pocos archivos institucionales que aún sobreviven, son los problemas que afrontó esta investigación. Debido a que varios documentos se conservaron de modo azaroso o fueron llegando a nuestras manos lentamente, al ritmo de las entrevistas, resultan en muchos casos fragmentarios y heterogéneos. Algunos libros de registro de personal pertenecientes al Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y al Ferrocarril Sud entre 1904 y 1950, o un fichero de personal nos ayudan a trazar una cronología más amplia de la que abarca la experiencia de los entrevistados. Además, una colección de planos, publicaciones como reglamentos, escalafones, boletines de las empresas ferroviarias, cartillas de instrucciones, y propagandas, permiten no sólo “corroborar” la información obtenida por vía oral sino también volver significativa la tensión entre los silencios, los énfasis e incluso las contradicciones entre unas y otras fuentes; y lo mismo puede decirse de los diarios locales.
           
4- Desasosiego empático

El trabajo simultáneo con las fuentes escritas y con las entrevistas permitió ajustar con bastante precisión fechas, nombres, la secuencia de determinados episodios. Cuando se presentaron dudas sobre algún tema, hemos intercambiado mails (escritos muchas veces en estilo ferroviario), o nos hemos reunido en el museo, papeles y fotos en mano, para terminar de analizar y aclarar algunos puntos problemáticos. No faltó quien contó a un amigo suyo: ¡ahh... ese libro que estamos escribiendo sobre los talleres!
En muchos entrevistados, además, el proceso de investigación tuvo un efecto terapéutico. Volvieron a los talleres, recordaron nombres, se reencontraron con personas que hacía muchos años que no veían, y pudieron, de algún modo, terminar su propio duelo. Hace varios años comencé esta investigación preguntándome cómo se destruyó todo esto en tan pocos años, cuáles fueron las causas, dónde están las maquinarias y quiénes trabajaron allí. Y seguí cuestionándome: ¿Cómo hacer para no quedar atrapada en la versión de un pasado recortado por la distancia, idealizado por la propia nostalgia de la juventud de quienes hablan, y mistificado por el contraste con una historia reciente que da pena contar? ¿Cuánta resistencia interna hay que oponer a los relatos minuciosamente apocalípticos para seguir pensando que sí vale la pena tratar de entender y decir qué fue lo que pasó? ¿Cómo contrarrestar las explicaciones exaltadas, moralizantes y absolutas (del tipo "los argentinos somos así, no podemos tener nada", "los políticos son todos unos hijos de puta"), los desplazamientos tranquilizadores (por ejemplo, espantarse por los edificios mismos en ruinas, pero quedarse solamente en eso), o la victimización de quienes hablan y la demonización de quienes parecen haber sido los responsables? ¿Cómo contrarrestar lo más fuerte, lo más cómodo para todos, con respecto a este tema, cómo contrarrestar la tendencia a la supresión y al olvido?[3]
Al ahondar en esa historia uno ha ido comprendiendo que lo que parece haberse desvanecido en el aire no es solo una parte significativa de nuestro patrimonio, sino también nuestra propia conciencia de lo que sucedió con todo eso. Junto con los edificios cae también -como nos dijo alguien para quien también estos talleres fueron parte fundamental de su vida- "la prueba del delito". Se borra además la base material para la memoria y la identidad, no solamente la de los varios miles de ferroviarios que trabajaron en ese lugar, sino también la de todos nosotros habitantes de esta ciudad amnésica.
Tratar de “reconstruir” los Talleres a través de la palabra y las imágenes, probablemente sea una empresa desmedida, pero creemos que ha valido la pena el intento de llevarla a cabo. La demolición de los edificios conlleva el riesgo de que la posibilidad de elaborar una memoria colectiva sobre la historia de ese espacio se pierda. Por otro lado, tanto los legítimos y urgentes reclamos por la apertura de la calle Blandengues, la remoción del paredón de calle Malvinas y el proyecto promovido por los vecinos del barrio para la conformación del futuro Parque Noroeste, así como el absoluto abandono de lo poco que queda de los Talleres por parte de las autoridades, hacen pensar que en no mucho tiempo van a desaparecer casi por completo. Por eso, con lo que cuentan, con lo que callan, inventan o idealizan, con lo que olvidan o repiten cientos de veces quienes constituyeron el cuerpo mismo de estos Talleres, podrán ser reedificados una y otra vez, de aquí en más. El día que publicamos en el blog del museo una foto de la demolición del galpón de almacén local, un ferroviario de toda la vida nos escribió: “Ahora que pasarán a ser realmente invisibles, se reconstruirán en la memoria por los testimonios de los que formamos parte de él.”

Cómo es que pudo hacerse el libro “Los talleres invisibles” en un museo

Así, entonces, con todos estos recursos a disposición (o que nos hemos empeñado en volver disponibles) y entre el flujo constante de personas que sienten el museo como parte de su propia historia; y el ida y vuelta de la actividad pedagógica (las necesidades y exigencias de los docentes y las escuelas a la hora de concertar las visitas por un lado, y los proyectos que desde el museo tienden a generar nuevos intereses y planteos en los docentes, muchas veces por fuera o poniendo en tensión las propuestas curriculares), uno tiene la posibilidad de reformular sus hipótesis, explicitar las respuestas provisorias, y contrastarlas con los testimonios de quienes vivieron en carne propia esa historia que uno quiere contar y elaborar. Además, en la agenda del museo hay urgencias, ciertamente, pero no la de responder a plazos ni a cantidades mínimas de productividad con respecto a trabajos como este: y eso nos ha permitido tomarnos todo el tiempo que fue necesario para decantar, pensar, corregir errores, esperar a que en el proceso de investigación aparezcan los documentos y datos que en un primer momento no teníamos disponibles.
Finalmente, el rol del equipo del museo ha sido fundamental para la realización de este trabajo, en dos aspectos esenciales: buena parte de la tarea de colación de documentos fue posible gracias a la exhaustiva y rigurosa labor de Hector Guerreiro; el proceso de formulación de hipótesis, y de elaboración de los materiales derivó en buena medida de las lecturas, conversaciones y discusiones compartidas con Analía Bernardi, Gustavo Monacci, Nicolás Testoni y el propio Héctor Guerreiro, favorecidas por el director de Ferrowhite, Reynaldo Merlino.
Es así. Tampoco el relato y la explicación del pasado es tarea de hadas. Habemos muchas personas fuera del sistema académico a las que el interés por la historia y el presente también nos carcome. Es más: por fuera de los gabinetes universitarios la práctica historiográfica aprovecha los resquicios, prolifera en combinaciones inesperadas, aprende que sus entrevistados son mucho más que “informantes”, para proponerse, en definitiva, la historia y el conocimiento del presente como una tarea en común.


[1] GINZBURG, Carlo, El hilo y las huellas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010, 413.
[2] Se trata de la contraposición entre “lugar” y “espacio”  analizada por DE CERTEAU,M., La invención de lo cotidiano, México, Universidad Iberoamericana, 2007, 129-134.
[3] Todas estas preguntas surgen a partir de la reflexión sobre el concepto de “desasosiego empático”, como “aspecto de la comprensión que trastorna estilísticamente la voz narrativa y contrarresta la narración conciliadora y la objetivación sin matices, pero permite una interacción tensa entre la reconstrucción crítica, necesariamente objetivizante y la respuesta afectiva a la voz de las víctimas”, analizado por LACAPRA, Dominik, Escribir la historia, escribir el trauma, Buenos Aires, Nueva Visión, 2005, 119-127.