Mientras el paciente agoniza, y es mutilado, desgarrado y descuartizado, miran para otro lado. Cuando esté muerto, bien muerto, y no grite ni moleste más, entonces ahí sí, frente a lo que quede del cadáver, se preguntarán qué pasó, qué enfermedad padecía, a dónde fueron a parar sus miembros amputados, y reivindicarán con orgullo su genealogía, su porte y su relevancia, y repudiarán incluso -a la distancia- a los verdugos.
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