Nadie hablaba; el comedor estaba en calma y todo habría parecido absolutamente estático si no se hubiera visto en el pasillo la sombra de la silueta de Betty ir y venir por la cocina. Se oía solamente la respiración mortecina y lenta de Conce, los suspiros profundos de Anita y el ronroneo continuo y medido de Emilio que contaba del veinte al ochenta y cinco, se detenía de pronto en su cuenta, y volvía a empezar.
Llegué hasta donde él estaba, sentado sobre un almohadon de corderito, cruzado su cuerpo de lazos y cintas para que no se caiga, y me quedé mirando su pelo, sus ojos morenos como los míos y sus manos duras, ya, y entumecidas.Le empecé a decir que hace unos días una persona a quien yo no conocía, me había hablado de él, de cuando eran jóvenes e iban juntos a la misma escuela y de lo mucho que se apreciaban, y de lo que conversaban, ellos, cuando se encontraban en la puerta de casa. El siguió mirando hacia adelante, como si nada.
Sentada asi como estaba a su lado apoyé mi brazo sobre sus hombros, apoyé sobre su pecho mi frente, como para dormir, y ahi me quedé, acunándome, secretamente.
4 comentarios:
que entrada!!!! todo dicho
Qué hermoso lo que escribiste, Ana, y qué triste a la vez, lo leí con un nudo en la garganta... Pero como el estado de feliz inconsciencia en el que está tu papá no es doloroso para él,me imagino que eso los ayuda a aceptar la situación. Un beso muy grande, te quiero mucho
Igual me alegra que te hayas acunado. No todos saben, pueden.
si, el acunarme fue un momento de felicidad
Gracias, amigas.
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