Ayer conversábamos con Nelly (Luz es su segundo nombre, y le va muy bien , la suya es una presencia luminosa) mientras recorríamos los penumbrosos pasillos del depósito del museo. Y me cuenta del señor Amaranto, que se murió hace un tiempo, a los 95 años, que tenía una carnicería y que un día le dijo a ella:
en esos adoquines del empedrado están mis manos.
6 comentarios:
Impresionante.
Parece, según me contó Nelly que su trabajo consistía en emparejar adoquines recién colocados en una calle con una macita; y que queden bien parejos porque siempre habia alguien que se quejaba; y la tía le hacía curaciones con vinagre y vendas en sus manos quedaban todas ampolladas, de un día para otro. Pero no quise abundar en el post con detalles onda golpe-bajo-lagrima-fácil que causan ese efecto por la reiteración y la fijacion como lugar común pero no porque no sean impresionantes...
Creo que en esa frase final están condensados todos los golpes dados a los adoquines y las ampollas y las curaciones de la tía al finalizar el día de trabajo. Pero bueno, sabés que soy partidaria de la parquedad y la elipsis, y que tengo una gran confianza en lo que está atrás de las palabras y que el que lee encuentra o presume cuando el texto es intenso.
totalmente de acuerdo
¿sabes lo que me digo, Ana? que la poesía y la humanidad se han refugiado allá, muy lejos de donde me tocó vivir, y que florecen entre los adoquines de vuestras calles. Si supieras cuánto me conmueven estas palabras y lo que condensan de recuerdos, imágenes, retratos sin nombre, vidas que se fueron calladas ...
Gracias por darte a conocer en mi blog, conectar contigo y con tu madre fue pura casualidad de la red, finalmente un encanto.
Querida Clotho, qué hermoso esto que me decís... Gracias por tus palabras, y me alegra mucho que te hayan gustado estos pequeños textos...
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