26 de marzo de 2012

De un concurso de preguntas y respuestas, y de misas


En el 1978 se festejó el sesquicentenario de la fundación de la ciudad con desfiles cívico militares, galas en el teatro municipal y la publicación de un “Manual de Historia de Bahía Blanca” (editado por el departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur). A principio de ese año anunciaron que hacia octubre o noviembre iba a hacerse un concurso de preguntas y respuestas sobre Bahía Blanca, que cada escuela tenía que presentar tres participantes, y que las preguntas y respuestas serían todas en base a ese Manual de Historia.

Así fue que también en mi colegio, María Auxiliadora, se formó  un grupo de seis chicas, que fuimos votadas por nuestras propias compañeras, y que tuvimos el privilegio, durante seis meses, de salir del aula durante dos o tres horas cada mañana para reunirnos en un aula vacía a estudiar para el concurso. En seis meses nos aprendimos el libro casi de memoria: yo enardecía de entusiasmo con las andanzas de los caciques y sus tribus a través del paisaje de salitral, tamariscos y guanacos que se describía en el capítulo 1, las intrigas en el fuerte de los siguientes capítulos, las actividades de los primeros comerciantes e “industriales” y las colectividades extranjeras que se habían radicado en la ciudad.  (Hasta ahí llegaba el libro: la historia pegaba de repente un vertiginoso salto hacia el porvenir).

Hacia fin de año, llegaron las primeras rondas del concurso, con el Teatro Municipal a pleno, y después de varias presentaciones exitosas logramos llegar a la final: cuatro escuelas aspirábamos ganar un premio que se iba a anunciar solo cuando se hubieran conocido los ganadores, un premio del que iba a poder disfrutar todo el curso. Esa tarde, ahí en el escenario del teatro, íbamos sacando los sobres y respondiendo; nosotras nos sabíamos el libro de pe a pa, los otros chicos también, la cosa estaba peleada. Hasta que llega el último sobre, con la pregunta fatídica: “¿A  qué temperatura sale el agua de las napas subterráneas en Bahía Blanca?”. El resplandor opaco de la pampa salada, el dudoso brillo de las gestas de la “conquista”, la heroica resistencia de los indígenas, las intrigas políticas que impidieron que Bahía llegue a convertirse en capital de provincia, el “progreso irrefrenable”, el “destino de grandeza”, toda esa apasionada histoira, ese encendido porvenir que presentíamos para la ciudad y para nosotras fue apagado de repente con un chorro brutal de agua subterránea. Sabíamos todas las fechas y los nombres, podíamos razonar movimientos, causas y consecuencias, pero no a qué temperatura el agua deja de ser agua y se evapora. “100 grados”, respondimos. A 100 grados salieron las lágrimas por la bronca de haber perdido. Y por supuesto, ni me importó en lo más mínimo quiénes fueron los afortunados que ganaron ese misterioso primer premio: un emocionante viaje para todo el curso al Dique Paso Piedras.

En el colegio, igual, nos recibieron con todos los honores, a fin de año nos dieron una medalla, y traté de preservar al menos un poco de ese raro privilegio de leer o estudiar mientras los demás hacían otras cosas. Sí, en el colegio al que yo iba había misa todos los días, pero uno podía elegir no ir, y pasarse el rato que duraba la misa en el “estudio”, repasando, leyendo a escondidas algo interesante, durmiendo o soñando despierta un rato con un libro en la falda. A veces sin embargo, había que ir sí  o sí a a la misa, que era bien temprano, a las ocho y diez; y en esas ocasiones especiales solían venir los padres de algunas chicas; una de las hijas del sub comandante del V Cuerpo del Ejército era compañera nuestra, así que -vaya uno a saber por qué- el general venía de vez cuando a misa, con su señora, del bracete.
La misa duraba media hora.
Después cada uno se iba a hacer lo suyo*.
En esas misas, cada día, nos hacían rezar por la unión de los argentinos y la paz en nuestra patria.

* hacer lo suyo es, a esta altura, un eufemismo intolerable, y el ejercicio de sutileza, posible solo si quienes leen tienen la edad y han estado ahí para entender de quién y qué "actividades" hablamos. El general era el general Catuzzi, que fue segundo comandante del quinto cuerpo de ejército, más o menos entre 1977 y 1980. No nos va a alcanzar la vida para terminar de horrorizarnos de las actividades en cuestión.

Este texto fue escrito en marzo de 2009 para una presentación en el MAC, en ocasión del aniversario del golpe de 1976, coordinada por Christian Diaz.

2 comentarios:

clothogancho dijo...

¿y qué sabéis de ellos hoy día ?

Ana Miravalles dijo...

El hombre falleció pocos años despues, y de la mujer y mi compañera nunca mas volví a saber nada... No puedo imaginarme cómo me sentiría si me encontara con ella.