Frescas mis palabras en la noche
sean para ti como el murmullo que hacen las hojas
del jazmín en la mano de quien lo toma
silencioso y se detiene lentamente
en la escalera que se oscurece
contra el tallo plateado
con sus despojadas ramas
mientras la luna se aproxima a los umbrales
cerúleos y pareciera que ante sí extiende un velo
en el que nuestro sueño reposa
y pareciera que la campiña ya se siente
por ella inmersa en el nocturno hielo
y que de ella bebe la esperada paz
aún sin verla.
Alabada seas por tu rostro de perla,
Oh noche, y por tus grandes húmedos ojos
Donde se acalla el agua del cielo.
...
Yo te diré hacia qué reinos
de amor nos llama el río cuyas fuentes
eternas, a la sombra de antiguas ramas,
hablan en el sagrado misterio de los montes;
y te diré por cuál secreto
las colinas sobre el límpido horizonte
se curvan como labios por una prohibición cerrados,
y por qué la voluntad de hablar
los vuelve, bellos
mas allá de cualquier deseo humano
y, en su silencio,
un mayor consuelo, y así el alma,
cada noche los puede amar
con un amor más fuerte.
Alabada seas por tu pura muerte,
Oh noche, y por la espera que en ti hace palpitar
la primera estrella.
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