30 de septiembre de 2012

D'Annunzio - Anochecer en Fiesole

Frescas mis palabras en la noche

sean para ti como el murmullo que hacen las hojas

del jazmín en la mano de quien lo toma

silencioso y se detiene lentamente

en la escalera que se oscurece

contra el tallo plateado

con sus despojadas ramas

mientras la luna se aproxima a los umbrales

cerúleos y pareciera que ante sí extiende un velo

en el que nuestro sueño reposa

y pareciera que la campiña ya se siente

por ella inmersa en el nocturno hielo

y que de ella bebe la esperada paz

aún sin verla.


Alabada seas por tu rostro de perla,

Oh noche, y por tus grandes húmedos ojos

Donde se acalla el agua del cielo.

...

Yo te diré hacia qué reinos

de amor nos llama el río cuyas fuentes

eternas, a la sombra de antiguas ramas,

hablan en el sagrado misterio de los montes;

y te diré por cuál secreto

las colinas sobre el límpido horizonte

se curvan como labios por una prohibición cerrados,

y por qué la voluntad de hablar

los vuelve, bellos

mas allá de cualquier deseo humano

y, en su silencio,

un mayor consuelo, y así el alma,

cada noche los puede amar

con un amor más fuerte.


Alabada seas por tu pura muerte,

Oh noche, y por la espera que en ti hace palpitar

la primera estrella.

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