12 de diciembre de 2012

Basta.
No quiero enseñarle nada mas a nadie. No quiero mas.
¿Quién me ha inoculado ese veneno, de tener que enseñar, de tener que educar a otras personas?
Cómo explicar para que se entienda, cómo simplificar para que no espante, cómo volver a repetir lo mismo sin aburrirme, y sin que los demas se aburran, y con entusisasmo son cosas que siempre me han preocupado, me han desvelado, y han succionado en estos años lo mejor de mi tiempo y de mis energías.
¿Cuántas cosas que me gustaron, así a primera vista, para gozarlas de primera mano, fueron amainadas, apaciguadas domesticadas por la voluntad de enseñarlas, o de enseñar algo con ellas?
Tal vez el error esta en pensar en que uno puede enseñar algo: nadie aprende nada mas que lo que busca y que desea. Hay una profusión en el dar clase, que tiene mas que ver con la propia necesidad (infantil) de prodigarse, una maravillosa (y casi por completo infundada) confianza en la propia capacidad para influir sobre los otros.

(Estaba a punto de empezar a convertirme en la vieja profesora de frances de la propaganda de champan)

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