Se me agotó la vocación docente. Completamente.
Durante veinticinco años dí clases efusivamente, pródigamente, con eficacia. Logré que, en varios casos, algunas personas aprendan cosas (italiano o historia, básicamente). Aprendí mucho yo, tratando de que los demás descubran, piensen, razonen y elaboren sus razonamientos, o que lleguen a disfrutar usando con solvencia una bella lengua extranjera.
Pero me pienso a mí misma ahora, en la eventualidad de tener que hacerlo de nuevo, y me parece imposible.
Basta. No quiero enseñarle ya nada más a nadie.
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