Las calles agitadas por el viento
vuelven, otra vez,
a ser polvo arcilloso y detrás
de las máscaras de estuco
que, con ceño fruncido, miran
desde lo alto de las cornisas,
crecen ramas
y nosotros habitantes de este
desierto inminente
vagabundeamos con los ojos
entrecerrados
mientras los ladrillos
las cortezas de los árboles
y las conciencias
se pulverizan también,
y quedan flotando en el aire.
2
El desierto sería fascinante
si tuviera infinitos
médanos de arena, ocasos
radiantes de luz, frías las noches
y oasis con palmeras y agua
fresca en el fondo de un pozo
o en el espejo
inconmensurable
del horizonte.
Pero no.
vuelven, otra vez,
a ser polvo arcilloso y detrás
de las máscaras de estuco
que, con ceño fruncido, miran
desde lo alto de las cornisas,
crecen ramas
y nosotros habitantes de este
desierto inminente
vagabundeamos con los ojos
entrecerrados
mientras los ladrillos
las cortezas de los árboles
y las conciencias
se pulverizan también,
y quedan flotando en el aire.
2
El desierto sería fascinante
si tuviera infinitos
médanos de arena, ocasos
radiantes de luz, frías las noches
y oasis con palmeras y agua
fresca en el fondo de un pozo
o en el espejo
inconmensurable
del horizonte.
Pero no.
3
Arroyos de agua incorruptible,
arroyos de vino,
arroyos de leche,
arroyos de pura miel,
rebosantes,
la sombra de un árbol que se tarda
cien años en cruzarla a caballo,
las hojas de otro árbol
grandes como orejas de elefantes
árboles que no dejan nunca
de dar frutos
copas incesantes de agua viva, y vino,
espera el beduino del desierto
encontrar
en su paraíso.
Como esos desiertos son inmensos
sus paraísos también lo son.
4
Ahora está tapado
todo con cemento
el grifo por el que salía
el agua de la fuente
en el centro de la plaza,
y tapado con cemento
el río que en los sueños
de Pellegrini iba
a regar jardines
y sembradíos o iba
a reflejar en sus aguas
las fachadas
de cristal de los edificios
agitadas por las hojas al viento
y la rápida carrera
de las luces por su cauce.
5
En el infierno ¿hay
un desierto como este?
6
Lo inquietante acá es empezar a entender
qué culpas estamos pagando
y que no todas
son nuestras.
7
Llueven lenguas de fuego, sí,
pero sin viento.
8
Ni los postes resecos
ni los tres escalones
frente a cada fachada
ni las plantas elevadas
algunos centímetros de las casas
guardan memoria ya del agua
que dos por tres
los inundaba.
9
La cantidad de veces
que he sacado
la ropa del tendal
por las dudas que llueva.
Pero nada.
6 comentarios:
Me gustó mucho este poema, Ana. Lo compusiste vos?
Si... y me alegra que te guste.
un beso, y gracias.
El poema es bellísimo Ana... pero el último verso me resulta maravilloso: no puedo decidir si quien aguarda por la humedad es quien escribe, o el tendal infinito que no aguanta la espera.
besos, y que se repita.
Gracias, Karen,
(Pero no sé si se repite muy seguido, se viene una inundación... ni bien apreté el botón "publicar" este texto sobre la sequía, diluvió toda la noche y al día siguiente sin parar... ja ja)
Un beso
Creo que nunca había leído una foto tan palpable de esta bahía de sal, de viento y cemento, de arroyo tapiado como si nada. ¡Gracias, Ana!
gracias a vos, Eva! un beso
Publicar un comentario