Sólo unas pocas personas saben que a mí me gusta el crochet.
Hice (y suelo hacer) varias cosas que luego escondo o destejo celosamente.
Como si me avergonzara un poco de ese placer minucioso.
Como si hubiera hecho propio el prejuicio de que el crochet es la esencia misma de la domesticidad de otras épocas (aunque jamás hice ni patines, ni mañanitas ni agarraderas, ni colgué en ningún lugar ninguna de las puntillas).
Sólo se salvaron del ímpetu penelopesco esta puntilla, y este bolso.
5 comentarios:
¡Qué lindo es descubrir a los amigos!
Justamente, trabajamos para deshacernos de ese prejuicio... también me parecían horribles esos mantelillos que no sé cómo se llaman en español y que se veían en los respaldos de las butacas... creo que hay manera de interpretar el crochet desempolvándolo.
ay, ay, ay, yo tampoco sé cómo se llaman... ¿Carpetitas? mmm... esas -hasta donde sé- van sobre las mesas o mesitas bajas.Quién sabe si buena parte del placer no está -tal vez- en la ejecución misma de la labor. ¡GRacias!
Una forma de atrapar lo que pensabas mientras hacías eso, y también de dejarlo ir. Una forma silenciosa de hablar o escribir. Me gusta pensar en todos los rosarios o fragmentos de pensamientos que debe haber en todas las cosas que tejió mi abuela.
está bueno, eso de pensar el ritmo regular de un pensmaiento entretejido en la aguja de ganchillo y los hilos... muchas veces me pasa eso, que en las hileras del bolso x, reveo, repienso lo que me daba vueltas por la cabeza mientras lo hacía, como si el hilo tejido de algun modo materializara el pensamiento...
Publicar un comentario