La mañana es luminosa, el sol se cuela entre los árboles quietos, estamos sentadas, Elisa y yo, una sobre un borde opaco de granito, sobre uno negro brillante de mármol la otra. Ella me mira serena, sonríe, y con la mano se ahueca el cabello -corto a la altura de los hombros- y me dice: "estoy chocha con mi corte de pelo y mi peinado, así me queda bien, no chato sobre la cara, sino así bien bien armado".
Un encuentro feliz, después de tanto tiempo.
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