21 de agosto de 2012

Violetero


Un violetero de cristal es, sin ninguna duda, uno de los regalos más preciados que uno pueda pensar. Puede llegar a perderse en lo profundo de algún mueble lleno de jarras, servicios de té y magnificos floreros para flores de tallo largo. Sin embargo, se vuelve indispensable durante unos días, hacia el final del invierno, cuando las violetas florecen, radiantes.

Si uno está a las corridas, no se acuerda en qué día vive, o no presta atención puede llegar a pasar por sobre ellas sin verlas, casi invisibles en su pequeñez en el denso colchón de hojas verde oscuro que rodea a otras plantas de gran porte como el jazminero, el potus o la glicina. (Acá en mi casa, no tuvieron tanta suerte: acabo de descubrir hoy que, ahogadas por la enorme mata de los malvones-pensamiento, no queda ninguna).

Un perfume potente, sin embargo, las protege.

3 comentarios:

alfonsina dijo...

qué hermoso

Ana Miravalles dijo...

gracias, Alfonsina, qué bueno encontrarte por acá...

Eva dijo...

La palabra violetero es muy hermosa, y el texto que escribiste también: concentrado, fragante, profundo y simple como un ramito de violetas.