4 de mayo de 2013

Obsesionada. No puedo hacer nada más. No puedo pensar en otra cosa. Exploro cuidadosamente cada uno de los aspectos y matices de esta historia que entre tres personas me van contando, cada noche, desde hace diez días. Me la van contando, y se la van contando entre ellos, al mismo tiempo. Durante el día leo, releo, escribo, borro y vuelvo a escribir. Miro las fotos que me mandan, y les veo a todos cara conocida. Estoy callada casi todo el tiempo. Y cuando hablo, de lo único que realmente me importa hablar (y sólo en la intimidad del hogar) es de esto.
Tal vez porque son parientes. Lejanos, si, pero parientes. 
Tal vez porque de chicas jugabamos en la misma vereda sin conocernos, con una de ellas.
Tal vez porque la simpatía inicial me lleva luego a empatizar, de un modo cada vez mas hondo cuando la historia se va volviendo más compleja, más dolorosa, y a la vez más cercana.
Tengo que terminar y al mismo tiempo me resisto, como si el estar en este estado de obsesión me permitiera prolongar algo que -me lo digo a mi misma con franqueza- me produce un placer que no es muy fácil de explicar a quien alguna vez no lo ha sentido.

El espesor de la experiencia, la propia y también la ajena.
Es eso, sí, un placer intenso.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hello. And Bye.

Marina dijo...

Salud!