El título del libro Los talleres invisibles: una historia de los talleres ferroviarios Bahía Blanca Noroeste alude, evidentemente, al hecho de que los Talleres Ferroviarios Bahía Blanca Noroeste estuvieron históricamente ocultos a la vista, detrás de los paredones y los eucaliptos; silenciados en los planos de la ciudad y en los catalogos de patrimonio urbano; y ahora, ya demolidos
prácticamente en su totalidad. Sin embargo, el título tiene además otro origen. Leí el libro de Ítalo Calvino, Las
ciudades invisibles, hace muchos años, cuando estaba en Inglaterra estudiando los viajes de turismo anticuario de Germanico, Tito y Vespasiano en los Annales y las Historias del historiador latino Tácito (S IIdC). En aquel momento, hubo dos frases que me impactaron:
“De una ciudad no gozas
de sus siete o setenta y siete maravillas sino de la respuesta que da a una pregunta tuya (o de la pregunta que te formula,
obligándote a buscar una respuesta)”,
y la otra:
"el que habla, habla, y
pareciera que cuenta siempre lo mismo, pero el que escucha retiene solamente las palabras que espera. Lo que dirige (ordena) el relato no es la voz
del que cuenta, sino el oído.”
Muchas fueron las vueltas y las cosas que sucedieron desde entonces, pero reencuentro estas frases, reencuentro el texto de Calvino, ahora al hacer mi reflexión metodológica al final del camino (meta
hodos) con respecto a este trabajo sobre los Talleres Noroeste.
Estas cosas me hubiera gustado decir anoche, en la presentación del libro:
Lo
que las palabras de ustedes revelaron desde el principio fue un fuerte deseo de “mostrar”, de hacer visible. Y me ha sucedido como al viajero que llega a la primera ciudad
del libro de Calvino, a la ciudad de Diomira: me sentí impulsada por un
deseo profundo de conocer, experimentando algo así como una fascinación por quienes ahora recuerdan, y
sienten que fueron felices en aquellos tiempos. Si ese deseo fue el motor, fue necesario a la vez tener presente todo el tiempo esa primera mediación, la
del tiempo transcurrido entre el momento en que las cosas fueron vividas, el
momento de la experiencia y el momento en que esas cosas se cuentan, relatan, y la causa del efecto de felicidad que produce el hacerlo, aunque los hechos que se cuentan sean dolorosos, o tengan un final terrible como en el caso de estos talleres, que quedaron totalmente desmantelados y destruidos.
Todos
ustedes me han contado "su" taller, no una sino muchas veces; anécdotas, minuciosas explicaciones del funcionamiento de maquinarias y procedimientos de trabajo, situaciones
de diversa índole, tanto dentro como fuera del taller.. Esa
reiteración, esa coincidencia acicateó aún más el deseo y dio sustento a un
interés que se fue definiendo y acentuando con el tiempo. Sí, para que el taller haya empezado a existir fue
necesaria esa repetición, a veces sorprendentemente casi con las mismas
palabras personas que no se ven desde hace muchos años, a veces incluso en boca de personas que ocupaban posiciones o actividades completamente diferentes dentro del taller. Esto también dice
Calvino, “la memoria es redundante, es necesaria la repetición para que algo
llegue a fijarse como imagen”. (Zirma, 19). Así entonces, en base a varias de esas constantes, de esas regularidades, fue posible trazar una estructura básica de lo que fueron los talleres y reconstruir
un panorama fascinante, en particular, de los últimos años de los talleres.
Sin
embargo, a un riesgo nos enfrentamos y para conjurarlo trabajamos cuidadosamente. A la hora de empezar a escribir las primeras páginas, parecía que iba a ser muy difícil poder decir otra cosa acerca de los Talleres, diferente de lo que quienes los vivieron repiten siempre. Es más, en un primer
momento sentí que a eso debía limitarme, a repetir lo que venía escuchado y que de ningún modo podía violentar esa serie de imágenes más o menos comunes que todos ponían ante mis oídos. Sin
embargo, la cantidad de entrevistas me fue llevando a ver que ese taller,
evocado así, hasta el último detalle y
siempre del mismo modo, (como la ciudad de Zora, p 15), quedaba de alguna
manera inmovilizado, "obligado" a ser de algún modo, siempre igual a sí mismo. De ese modo, el “otro” taller, el que no
quedó fijado con palabras, el que no tuvo la fortuna de ser contado, se
pierdía indefectiblemente, se diluía. Por eso, a sabiendas de antemano que era un tarea casi imposible por definición, siempre a través de la mediación
del trabajo de escucha y de lectura de los testimonios, hemos hecho al menos el
intento de encontrar aunque sea algunos rastros e indicios de ese taller que no fue contado, buscando en los
repliegues mismos de las palabras de las entrevistas (en sus silencios, en esos detalles dichos de
pasada mientras contaban otra cosa, en la estructura narrativa en la que cada relato se
basaba, mas alla de los datos en si mismos), y también en otras fuentes, formulando preguntas que pudieran poner en
cuestión y desacomodar los lugares comunes, los latiguillos o las imágenes y
explicaciones mas o menos estereotipadas, buscando y formulando las palabras que nos
permitan rescatar algo de aquello que había quedado afuera, y que de otro modo no habría
podido ser contado.
Todos
ustedes se han prestado con gran generosidad a ser entrevistados, incluso
muchos de los que al principio dijeron
“y yo ¿qué te voy a contar?” o “preguntale al jefe”. Muchos de ustedes al inicio
de la entrevista se mostraban circunspectos pero a medida que avanzaban en el
relato las palabras y los recuerdos fluyeron, a veces en más de un encuentro. También, y con mayor frecuencia, sucedía lo contrario: “podria estar hablando una semana seguida”, "hay muchísimo para contar", Al llegar a un cierto punto de la entrevista a veces si yo no preguntaba algo más, se llegaba a un punto en que el interesado decia: "bueno, esto es lo que tenía para decir”, esta es mi historia,
y eso que parecía que iba a ser infinito llegaba a un punto, a un redondeo, se podía acotar en su duración, como un objeto entre las manos. A mí misma me pasa ahora que tengo el libro: parecía
que no iba a terminar nunca, pero ahora todo esto que tenía para decir está
encerrado en estas 330 páginas. “Las
imágenes de la memoria, una vez que han sido fijadas con palabras se borran”
dice Marco Polo al Kan (p.88). Se borran o al menos, pierden esa condición de acontecimiento presente (y por lo tanto eventualmente doloroso) en la mente. Una posibilidad sería no hablar, no decir nada, y eso sucede cuando aún la posibilidad misma de decir, la capacidad de contar
está obturada por algún dolor muy profundo: en el caso de ustedes, los ferroviarios entrevistados, los despidos,
retiros voluntarios, la pena o la indignación de ver los edificios y el predio del taller completa y salvajemente destruido; y en el mío, no solamente una profunda indignación por el silencio en que historicamente estuvieron ocultos, por la negligencia de quienes permitieron que todo se destruya, y por el cinismo de quienes en lugar de proteger lo que es de todo lo destruyen sinmás, sino también -y esto es algo que está en un nivel mas profundo de la conciencia- un placer casi infantil por seguir "estando" en ellos, reviviendo una y otra vez esa fantasmagoría que gracias a los recursos del oficio se iba volviendo cada vez mas consistente, más compleja, más nítida. Quién sabe si tardé todos estos años en terminar de escribir el libro porque yo también me resistía a “dejarlos ir”, perderlos, viviendo en plenitud un duelo
que de algún modo -y superponiéndolo a los duelos propios, personales- terminé haciendo mío. Pero aunque podría parecer doloroso,
esa posibilidad de poner en palabras, de “volver objeto”, tanto para los que vivieron
la experiencia del cierre, despido, retiro voluntario, reubicación, como para mí, que tengo ahora el libro en mis manos, ha
demostrado que tiene un efecto terapéutico, y que va más allá
de una cuestión individual. En el ejercicio de la memoria y del relato y
reelaboración de las propias experiencias en cada uno de quienes cuentan, y en
el ejercicio de escribirlas, el efecto terapéutico tiene que ver no solamente a
nivel personal, con poner en palabras, y contar la historia de estos talleres.
A muchos seguramente les sucedió, y les va a suceder ahora cuando lean el
libro, van a terminar reencontrándose
con un pasado que ya ni sabía que tenía. La posibilidad de encontrar
inserto el relato de las experiencias individuales en una historia común, da como resultado una historia de la que por
cierto no están ausentes las tensiones,
las dicotomías, los diferentes y a veces contrapuestos puntos de vista
sobre múltiples cuestiones, consecuencia de la posición, del rol que jugó cada
uno en esta historia. Sin embargo, al sumarse en un conjunto los propios
recuerdos se reelaboran y se resignifican, y se transforman en otra cosa, en historia de la ciudad, en historia del ferrocarril, en historia de la economía regional, en historia del trabaj, es decir, la historia como una herramienta para conocernos, analizar las causas de los problemas y situaciones presentes, y fundamentalmente para la acción.
De
qué está hecha una ciudad, explica Marco Polo al Kan al hablar de la ciudad de Zaira: de las relaciones –y nosotros podríamos agregar las
tensiones- entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado. El acontecimiento de la existencia de los Talleres entre 1890 y 1996, el
acontecimiento de su abandono por parte de las autoridades y de su destrucción,
el del esfuerzo de recuperación de al menos un sector de la playa de reparaciones
del Taller como espacio parquizado por parte de los vecinos, y el abandono y demolición caotica de los magníficos edificios, son hechos que han
marcado profundamente a nuestra ciudad, aún cuando parte de esos fenómenos
sigan siendo invisibles, pero que a nadie -pareciera- le importan en absoluto. Y sin embargo, ese espacio no son solamente las dieciocho hectáreas que
van desde Rondeau a Juan Molina. Ese espacio es toda la ciudad, White incluido,
donde viven y trabajos los varios cientos de exferroviarios que hemos
entrevistado, donde están guardados estos documentos y donde estamos nosotros, y personas que ahora o en el futuro querrán saber, repensar y actuar: “De esa ola que refluye desde los recuerdos la ciudad se
embebe como una esponja y se dilata”.
Por
eso, podríamos decir con respecto a los talleres noroeste lo que Calvino dice
de la ciudad de Despina: el que viene desde el mar, ve la ciudad como el lomo
de un camello y la promesa de exóticos placeres en un oasis en medio del
desierto; el camellero que llega desde el desierto la ve como una nave que lo
puede salvar del agobio de la arena del desierto con el viento suave del mar.
“Cada ciudad recibe su forma a partir del desierto al que se opone”. Podemos ver a los talleres (lo que queda de
ellos, el taller contado en este libro) como el
cadáver de un gigante despedazado, recortándose por sobre el paisaje del
pasado, un pasado que al estar indefectiblemente ligado a la juventud de quienes lo evocan
aparece se puede correr el riesgo de verlo idealizado, mistificado; y como tal,
fuente de tristeza, pesimismo y esterilidad, porque impide procesar el duelo
por su pérdida, impide la acción y la posibilidad de hacernos cargo de nuestro
pasado.
Pero también podemos verlos, desde el punto de vista de los edificios, como una lamentable pérdida sí, pero que habrá que asumir y cicatrizar, como un desafío para la ciudad que vive, sigue creciendo y afrontando nuevas necesidades. Tal vez no se trate de tener que conservar esos edificios "históricos" por sí mismos porque eso podría llevar a momificar y transformar la ciudad en un cementerio, sino quizás de poner el cuerpo de ese predio en constante transfomación (lo que queda de las construcciones, el parque, las calles que están a punto de abrirse) al servicio de la vida, de la comunidad que se transforma; y como historia, la de estos talleres -pensada no tanto como la historia de unos edifiicos, o de una serie de empresas, o la de un medio de transporte pensado en abstracto, sino fundamentalmente como la historia de los miles de hombre que durante cien años trabajaron en ellos- pueda servir como un potente mensaje para el futuro.
Pero también podemos verlos, desde el punto de vista de los edificios, como una lamentable pérdida sí, pero que habrá que asumir y cicatrizar, como un desafío para la ciudad que vive, sigue creciendo y afrontando nuevas necesidades. Tal vez no se trate de tener que conservar esos edificios "históricos" por sí mismos porque eso podría llevar a momificar y transformar la ciudad en un cementerio, sino quizás de poner el cuerpo de ese predio en constante transfomación (lo que queda de las construcciones, el parque, las calles que están a punto de abrirse) al servicio de la vida, de la comunidad que se transforma; y como historia, la de estos talleres -pensada no tanto como la historia de unos edifiicos, o de una serie de empresas, o la de un medio de transporte pensado en abstracto, sino fundamentalmente como la historia de los miles de hombre que durante cien años trabajaron en ellos- pueda servir como un potente mensaje para el futuro.
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