V Jornadas de Investigación en Humanidades
Departamento de Humanidades – Universidad Nacional del Sur
Bahía Blanca, 18 al 21 de noviembre de 2013
Ana Miravalles
Ferrowhite (museo taller)
El sordo ronquido de las
sierras al morder el acero, los ejes relucientes, los tornos y las poleas que giran al parecer movidas por un hada
invisible al resplandor de las hornallas y de las fraguas, da una idea
sugestiva de las secretas maravillas, de los prodigios de la mecánica y de los
inmensos esfuerzos concurrentes que labran el progreso lento pero seguro de una
población predestinada a ser una gran ciudad. (LNP, 17-9-1905)
Y sin embargo, no fueron hadas las que mantuvieron en funcionamiento los
ferrocarriles durante cien años -entre 1890 y 1993-. Para que todo el cereal
del sudoeste de la provincia de Buenos Aires llegara hasta los puertos de Ingeniero
White y Galván fue necesario que miles
de obreros ferroviarios trabajaran incesantemente en los Talleres Noroeste
(entre Rondeau y Juan Molina, Sixto Laspiur y Malvinas), ocultos tras los
paredones y los eucaliptos, en la reparación y mantenimiento de locomotoras y
vagones. Al momento de la privatización, casi toda la documentación sobre esos
hombres fue incinerada en los mismos hornos de Talleres, y sus edificios abandonados
destruidos, quedando así de nuevo invisibilizados casi por completo. Invisibles
por los eucaliptos, invisibles porque ni en las guías ni en los mapas de la
ciudad (ni en los nuevos ni en los más antiguos) aparecen mencionados, y ni
siquiera fueron valorados como parte del patrimonio arquitectónico de la
ciudad, permitiendo que fueran vandalizados y demolidos, a tal punto que de su
estructura no queda en pie casi nada.
A contrapelo de este proceso de borramiento, en Ferrowhite (museo taller)
hemos venido estudiado la historia de los talleres: la evolución de sus
edificios y el modo en que sus trabajadores los “habitaron”; la estructura de
funcionamiento de sus secciones y los mecanismos de control; las
características del personal y los mecanismos de formación e integración en la
vida de la ciudad; el lugar de Talleres Noroeste en el sistema ferroviario
nacional y local, los trabajos desarrollados allí en respuesta a diferentes
políticas económicas y ferroviarias; y finalmente, varios de los conflictos
suscitados durante el siglo XX en respuesta a esas políticas. En esta ponencia voy
a argumentar que incluso en un espacio no convencional y no previsto para la
investigación académica puede ser posible llevar a cabo una investigación como
esta que culminó en la redacción de “Los talleres invisibles: una historia de
los Talleres Ferroviarios Bahía Blanca Noroeste”, libro que vamos a presentar
el 7 de diciembre.
En principio, esta investigación pudo llevarse a cabo en Ferrowhite,
museo ubicado en Ingeniero White, porque se vio favorecida por un par de
circunstancias. En primer lugar, en el
momento de la privatización y el desguace de los ferrocarriles a mediados de
los ‘90, un grupo de trabajadores de Talleres emprendió para rescatar, al menos,
parte de su patrimonio: herramientas, muebles, maquinaria y fotografías,
después de varias vicisitudes, llegaron a formar la base de la colección de
Ferrowhite. Por otro lado, la recuperación de la historia del trabajo en el
puerto y en el ferrocarril ha sido un objetivo desde la apertura misma de esta
institución, de modo que fueron las entrevistas, así como los documentos que
por muy diversas vías llegaron a nuestras manos, los que nos permitieron plantear
las hipótesis y el desarrollo de este trabajo.
Ahora bien, ¿es posible conciliar un trabajo de investigación “dura” con
la agenda de un museo como Ferrowhite?
La investigación en el museo
El discurso del método tiene valor solo
cuando es una reflexión a posteriori acerca de una investigación concreta Meta
hodos: al final del camino[1]
La expresión “Investigación
marcos institucionales alternativos” da por descontada la centralidad de la
universidad como espacio y como fuente de financiación y recursos para la
investigación. Es verdad que contar con gabinetes, una magnífica biblioteca
como la biblioteca Arturo Marasso, subsidios regulares para el financiamiento
de proyectos de investigación, y equipos de trabajo articulados, armónicos, y
experimentados es una ventaja incuestionable frente a la situación en la que
puede encontrarse cualquier otra persona que está fuera del sistema académico.
Es más, el ritmo que impone el variadísimo público visitante, el
importante trabajo que cumple el museo con grupos educativos de toda la ciudad,
su lugar como espacio de recreación y esparcimiento, e incluso como “atractivo
turístico”; la agenda de actividades que está marcada con frecuencia por
efemérides, o por propuestas que vienen de afuera; y finalmente los cajones,
bolsas o carpetas llenas de documentos o fotografías sobre tal o cual tema que
llegan en donación y que muchas veces no tienen nada que ver con la cuestión
que uno en ese momento tiene entre manos) a los que hay que dedicar largas
horas hasta que encuentran una identidad y un orden en el archivo, todas estas
situaciones no parecen constituir las condiciones más apropiadas para
investigar, al menos según los parámetros de la institución universitaria.
Y sin embargo esto es lo que teníamos a mano para empezar, además de la
propia formación. Un puesto de trabajo en el museo.
Las herramientas para investigar en el museo
Para empezar, yo no sabía absolutamente nada sobre estos temas. Empecé
dando visitas escolares, y seguí haciendo entrevistas a todos los ferroviarios
que se acercaban y manifestaban deseos de ser entrevistados, cualquiera hubiera
sido el lugar de trabajo, la especialidad o la categoría alcanzada dentro de la
empresa ferroviaria. También se me encargó mantener en orden lo que esperamos que
algún día llegue a consolidarse como un buen archivo: libros, documentos,
planos. Todo al mismo tiempo.
Las locomotoras que llegaban del Noroeste al galpón de locomotoras de
White eran una pinturita, dice Pedro Caballero, mientras muestra a los
chicos de una escuela su cajón de herramientas. Así, la coordinación de visitas
escolares, el trato constante con docentes de las más variadas procedencias, el
objetivo de hacer sentir parte de esta historia y de este lugar no solamente a
los chicos de White sino también de Bahía Blanca, mostrando el funcionamiento
integrado de toda la estructura ferroportuaria, permitió formular proyectos didácticos
como “El taller en el taller”, “La maza en la cartuchera”, o “De historia yo sé
un vagón”. La muestra del museo, los testimonios de ex trabajadores y la
imprescindible consulta del material bibliográfico y de archivo se conjugaron,
generando una profunda necesidad de sistematizar y sobre todo, de responder a
una gran cantidad de preguntas y cuestionamientos.
1- Los objetos
El planteo de muestra del museo se basó inicialmente en una historia
general de los ferrocarriles en la ciudad, y en la valoración formal de las
piezas y herramientas, y del espacio de taller donde funciona el museo. Pero
los visitantes cuentan y con sus palabras hacen hablar a las pinzas, los
martillos, las bigornias, las fotos (provengan o no de Talleres). El trabajo
con los objetos fue de ida y vuelta: algunos sirvieron como motivación para hablar
de su experiencia en Talleres (el camión de los bomberos, por ejemplo), y otros fueron traídos por los
propios trabajadores, después de la entrevista (el medidor de potencia de
Carlos Barros).
2- Las entrevistas
Aunque al principio me mandaban a entrevistar maquinistas, en seguida
quedó claro que la mayor parte de los ex ferroviarios que visitaban el museo y
dejaban sus datos para ser entrevistados habían trabajado en Talleres, sobre
todo en talleres Noroeste y talleres Maldonado.
Nuestra clave de lectura y de
interpretación de la historia de estos Talleres está fundada en los
testimonios, no solo como “fuente de información o de anécdotas”. Al haber sido
recogidos después de quince o veinte años del cierre, el desguace y en muchos
casos los despidos, en todos los entrevistados vibra aún candente la pregunta
por las causas, y el dolor por la pérdida; y la conciencia de la aniquilación
de los Talleres, tanto como edificio como de la estructura de personal que le daba
vida.
No faltan periodistas o arquitectos que hacen referencia a los Talleres
señalando únicamente el porte de lo que queda de las antiguas construcciones
inglesas. Es una mirada válida, por cierto, que nombra y vuelve visibles
ciertas cosas, pero que ignora otras, por no ser “vistosas” o por parecer
“insignificantes”. De ahí deriva entonces un relato instalado con gran fuerza
en el imaginario de la ciudad que, al no ver en ese sitio más que ruinas,
transforma a los Talleres en un “lugar”, en el que cada cosa pareciera
haber adquirido su fisonomía en un pasado tan remoto como inmutable; un relato
que da cuenta de la presencia de los edificios como si se tratara de un muerto,
y un muerto que murió hace mucho tiempo, poco después de haber nacido, cuya breve
y remota historia pareciera ser la única que puede ser contada.[2]
En cambio, si uno “entra” en ellos a
través de lo que cuentan sus trabajadores, es posible prestar atención no
solamente a los edificios ingleses sino también a las construcciones más nuevas,
a las “covachas” para tomar mate, al “árbol” de la playa de reparaciones donde
se hacían los asados en navidad, o a las vías llenas de gente trabajando.
Atravesados por la historia (vivida y puesta en palabras) de jefes,
supervisores y capataces, oficiales especialistas, aprendices y peones, los
Talleres aparecen como un “espacio” en el que se organizaban, de un modo
singular, las relaciones de trabajo, los conocimientos referidos a toda clase
de oficios y al ferrocarril en su conjunto, los conflictos y reclamos, y los
momentos de esparcimiento. La articulación de más de sesenta entrevistas está
en la base de un relato que intenta dar cuenta, no sólo de un complejo edilicio
sino también de un complejo entramado humano.
Hay quienes trabajan con “historia oral”
basándose en una única entrevista para presentar casi sin mediaciones un relato
que, por ser “testimonial” pareciera ya de por sí ser verídico. Pero los que trabajamos
desde hace años con entrevistas como fuente sabemos cuáles son los problemas
que pueden surgir: las confusiones de fechas y nombres, la apropiación de
relatos ajenos, el deseo de ponerle color al propio relato que lleva muchas
veces a sobredimensionar el dramatismo de algunos episodios, y a desestimar
otros aspectos. Para contrarrestar esos problemas y corregir una enorme
cantidad de informaciones erróneas, es que fue necesario confrontar los datos
de las entrevistas con documentos escritos.
3- Los documentos
La última vez que se prendió el horno de la herrería de Talleres fue para
quemar las fojas de servicio de todos los obreros que trabajaron ahí desde
1890. Por eso la posibilidad y las condiciones para escribir sobre ellos están
directamente vinculadas a las circunstancias históricas que los llevaron al
cierre y a la destrucción. El fuego que destruyó parte de los documentos, la
dispersión de los que se salvaron, y la
dificultad de acceso a los pocos archivos institucionales que aún sobreviven,
son los problemas que afrontó esta investigación. Debido a que varios documentos
se conservaron de modo azaroso o fueron llegando a nuestras manos lentamente,
al ritmo de las entrevistas, resultan en muchos casos fragmentarios y
heterogéneos. Algunos libros de registro de personal pertenecientes al
Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y al Ferrocarril Sud entre 1904 y 1950, o
un fichero de personal nos ayudan a trazar una cronología más amplia de la que
abarca la experiencia de los entrevistados. Además, una colección de planos,
publicaciones como reglamentos, escalafones, boletines de las empresas
ferroviarias, cartillas de instrucciones, y propagandas, permiten no sólo
“corroborar” la información obtenida por vía oral sino también volver
significativa la tensión entre los silencios, los énfasis e incluso las
contradicciones entre unas y otras fuentes; y lo mismo puede decirse de los
diarios locales.
4- Desasosiego empático
El trabajo simultáneo con las fuentes escritas y con las entrevistas permitió
ajustar con bastante precisión fechas, nombres, la secuencia de determinados
episodios. Cuando se presentaron dudas sobre algún tema, hemos intercambiado
mails (escritos muchas veces en estilo ferroviario), o nos hemos reunido en el
museo, papeles y fotos en mano, para terminar de analizar y aclarar algunos
puntos problemáticos. No faltó quien contó a un amigo suyo: ¡ahh... ese libro que estamos escribiendo
sobre los talleres!
En muchos entrevistados, además, el proceso de investigación tuvo un
efecto terapéutico. Volvieron a los talleres, recordaron nombres, se
reencontraron con personas que hacía muchos años que no veían, y pudieron, de
algún modo, terminar su propio duelo. Hace varios años comencé esta
investigación preguntándome cómo se destruyó todo esto en tan pocos años,
cuáles fueron las causas, dónde están las maquinarias y quiénes trabajaron
allí. Y seguí cuestionándome: ¿Cómo hacer para no quedar atrapada en la versión
de un pasado recortado por la distancia, idealizado por la propia nostalgia de
la juventud de quienes hablan, y mistificado por el contraste con una historia
reciente que da pena contar? ¿Cuánta resistencia interna hay que oponer a los
relatos minuciosamente apocalípticos para seguir pensando que sí vale la pena
tratar de entender y decir qué fue lo que pasó? ¿Cómo contrarrestar las
explicaciones exaltadas, moralizantes y absolutas (del tipo "los
argentinos somos así, no podemos tener nada", "los políticos son
todos unos hijos de puta"), los desplazamientos tranquilizadores (por
ejemplo, espantarse por los edificios mismos en ruinas, pero quedarse solamente
en eso), o la victimización de quienes hablan y la demonización de quienes
parecen haber sido los responsables? ¿Cómo contrarrestar lo más fuerte, lo más
cómodo para todos, con respecto a este tema, cómo contrarrestar la tendencia a
la supresión y al olvido?[3]
Al ahondar en esa historia uno ha ido comprendiendo que lo que parece haberse desvanecido en el aire no es
solo una parte significativa de nuestro patrimonio, sino también nuestra propia
conciencia de lo que sucedió con todo eso. Junto con los edificios cae
también -como nos dijo alguien para
quien también estos talleres fueron parte fundamental de su vida- "la
prueba del delito". Se borra además la base material para la memoria
y la identidad, no solamente la de los varios miles de ferroviarios que
trabajaron en ese lugar, sino también la de todos nosotros habitantes de esta
ciudad amnésica.
Tratar de “reconstruir” los Talleres a través de la palabra y las
imágenes, probablemente sea una empresa desmedida, pero creemos que ha valido
la pena el intento de llevarla a cabo. La demolición de los edificios conlleva
el riesgo de que la posibilidad de elaborar una memoria colectiva sobre la
historia de ese espacio se pierda. Por otro lado, tanto los legítimos y
urgentes reclamos por la apertura de la calle Blandengues, la remoción del
paredón de calle Malvinas y el proyecto promovido por los vecinos del barrio
para la conformación del futuro Parque Noroeste, así como el absoluto abandono
de lo poco que queda de los Talleres por parte de las autoridades, hacen pensar
que en no mucho tiempo van a desaparecer casi por completo. Por eso, con lo que
cuentan, con lo que callan, inventan o idealizan, con lo que olvidan o repiten
cientos de veces quienes constituyeron el cuerpo mismo de estos Talleres,
podrán ser reedificados una y otra vez, de aquí en más. El día que publicamos
en el blog del museo una foto de la demolición del galpón de almacén local, un
ferroviario de toda la vida nos escribió: “Ahora que pasarán a ser realmente
invisibles, se reconstruirán en la memoria por los testimonios de los que
formamos parte de él.”
Cómo es que pudo hacerse el libro “Los talleres invisibles” en un museo
Así, entonces, con todos estos recursos a disposición (o que nos hemos
empeñado en volver disponibles) y entre el flujo constante de personas que
sienten el museo como parte de su propia historia; y el ida y vuelta de la
actividad pedagógica (las necesidades y exigencias de los docentes y las
escuelas a la hora de concertar las visitas por un lado, y los proyectos que
desde el museo tienden a generar nuevos intereses y planteos en los docentes,
muchas veces por fuera o poniendo en tensión las propuestas curriculares), uno
tiene la posibilidad de reformular sus hipótesis, explicitar las respuestas
provisorias, y contrastarlas con los testimonios de quienes vivieron en carne
propia esa historia que uno quiere contar y elaborar. Además, en la agenda del
museo hay urgencias, ciertamente, pero no la de responder a plazos ni a
cantidades mínimas de productividad con respecto a trabajos como este: y eso nos
ha permitido tomarnos todo el tiempo que fue necesario para decantar, pensar,
corregir errores, esperar a que en el proceso de investigación aparezcan los
documentos y datos que en un primer momento no teníamos disponibles.
Finalmente, el rol del equipo del museo ha sido fundamental para la
realización de este trabajo, en dos aspectos esenciales: buena parte de la
tarea de colación de documentos fue posible gracias a la exhaustiva y rigurosa
labor de Hector Guerreiro; el proceso de formulación de hipótesis, y de
elaboración de los materiales derivó en buena medida de las lecturas,
conversaciones y discusiones compartidas con Analía Bernardi, Gustavo Monacci,
Nicolás Testoni y el propio Héctor Guerreiro, favorecidas por el director de
Ferrowhite, Reynaldo Merlino.
Es así. Tampoco el relato y la explicación del pasado es tarea de hadas.
Habemos muchas personas fuera del sistema académico a las que el interés por la
historia y el presente también nos carcome. Es más: por fuera de los gabinetes
universitarios la práctica historiográfica aprovecha los resquicios, prolifera
en combinaciones inesperadas, aprende que sus entrevistados son mucho más que
“informantes”, para proponerse, en definitiva, la historia y el conocimiento
del presente como una tarea en común.
[2] Se trata de la
contraposición entre “lugar” y “espacio”
analizada por DE CERTEAU,M., La invención de lo cotidiano, México,
Universidad Iberoamericana, 2007, 129-134.
[3] Todas
estas preguntas surgen a partir de la reflexión sobre el concepto de
“desasosiego empático”, como “aspecto de la comprensión que trastorna
estilísticamente la voz narrativa y contrarresta la narración conciliadora y la
objetivación sin matices, pero permite una interacción tensa entre la
reconstrucción crítica, necesariamente objetivizante y la respuesta afectiva a
la voz de las víctimas”, analizado por LACAPRA, Dominik, Escribir la historia, escribir el trauma,
Buenos Aires, Nueva Visión, 2005, 119-127.
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