"El viaje – por el mundo y en el papel- es, de por sí, un continuo preámbulo, el preludio de algo que siempre está, todavía, por llegar y que siempre está, todavía, a la vuelta de la esquina; partir, detenerse, volver atrás, hacer y deshacer las valijas, tomar notas en la libreta sobre un paisaje que, mientras uno lo atraviesa, huye, se deshace, se recompone como una secuencia cinematográfica, con sus fundidos encadenados, o como un rostro que cambia a lo largo del tiempo."
[...]
"El viaje siempre vuelve a empezar, siempre tiene que volver a empezar, como la existencia, y cada una de sus notas es un prólogo; si el recorrido por el mundo se transfiere a la escritura, se prolonga en el pasaje de la realidad al papel – escribir apuntes, retorcarlos, borrarlos parcialmente, reescribirlos, cambiarlos de lugar, variar su disposición. Montaje de las palabras y de las imágenes, tomadas desde la ventanilla del tren, o cruzando a pie una calle y dando vuelta la esquina. Solamente con la muerte, recuerda Karl Rahmer, gran teólogo, cesa el status viatoris del hombre, su condición existencial de viajero. Viajar, por lo tanto tiene que ver con la muerte, como muy bien sabían Baudelaire o Gadda, pero es, a la vez, un diferir la muerte, postergar lo más posible la llegada, el encuentro con lo esencial. [… ] Viajar no para llegar sino para viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar, si fuera posible, nunca. "
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