10 de abril de 2011
Tejidos
A Elisa, mi madre, le`pusieron ese nombre en honor de su abuela materna, Elisa Alberti.
No estoy del todo segura si esta manta la hizo Elisa Alberti, o mi abuela Emma, allá en Poia, en el Trentino, en l norte de Italia, antes de venir a la Argentina 1928.
(Ahora ya no tengo a quién preguntar estas cosas).
Pero hace mucho, sobre esta u otra manta parecida, el tío Abramo (hermano de Emma) me contó esto:
La manta de Emma
El telar lo hicieron con un taladro viejo, mi padre lo compuso y lo instaló en el establo porque allí con la humedad de los animales se conservaba mejor la madera. La hermana Emma era la encargada de confeccionar las telas que se usaban después en la cama. Eran muy duras, se hacían con el cáñamo que se cultivaba ahí mismo, se ataban en manojo, cuando estaban bien secas se metían en un pozo con agua, con un peso encima para que se aplasten. Se lo levantaba, cuando estaba seco se machucaba, quedaba la fibra entera, salía el tallo y quedaba la fibra, se hacía un proceso con clavos de punta como quien carda la lana, se lo trabajaba de continuo.
Y después se hilaba con la "molinella", con el "fuso", se lo ponía a ... no sé como se llama, ya no me acuerdo más, el telar con una espoleta de aquí y otra de allá. Para bordar las letras compraban los hilos de colores, y esa pobre muchacha con los pedales, había que levantarlo y apretar la parte de arriba y de abajo, y dele nomás, era ligerita. A veces se cortaba, entonces hay que enhebrarlo, si no sale cortado.
Cuando hacían "le lenzuola", las sábanas, como eran telas tan ásperas, las teníamos que amansar nosotros, los muchachos jóvenes. Y ahí se iba a la cama, no con piyama y calzoncillos, con una camisetita, no más, que duerman, después, cuando estaban blandas esas sábanas se las pasaban a los padres.
Hace unos años, antes de que conociéramos esta historia, mis padres trajeron del campo una bolsa llena de lana de oveja recién esquilada, los vellones crudos. Y una noche (y siguió luego durante varios meses) Elisa, mi madre, se armó un huso manual con una varilla y una base y se puso a hilar lana, a mano, e hizo ovillos muchos ovillos, de lana gruesa y también de lana más finita, y eso era en una época en que había problemas (no recuerdo cuáles) y después tejió pulloveres para ella y también para nosotras, así de lana color crudo, hilada a mano, en casa, y yo el pullover todavía lo tengo, pero me duele, me duele la lana, me duele el huso ese que todavía está en el galpón, me duelen las espinitas que se clavaba todo el tiempo en los dedos mientras hilaba (porque era lana cruda, esquilada así con tijera, de ovejas del campo, llenas de yuyo y abrojo), me duelen las manos engrasadas de grasa de lana cruda, y el olor viscoso que les quedaba, me duele el pullover que está ahí en el lavadero a medio destejer y que cuando lo empecé a deshacer un día que estaba enojada con ella tuve que dejar porque en medio de la bronca empecé a preguntarme ¿vas a tener coraje de tirar esa lana? ¿ o de tejerla de nuevo?.
En la foto, Nina Testoni, ignara de todo esto.
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2 comentarios:
No sé lo que más te duele ahora, pero no tirarás nada. Te quedan las palabras y las cosas, ese hilo a medio destejer y sobre todo, la memoria.
Cuando termineé de escribir esto pensé cuánto tiene que ver con lo que hemos conversado en otro momento. ¿Quién dijo que el tejido es una mero pasatiempo de chicas aburridas?
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