23 de enero de 2012

Puerta



Un sillón reposera bajo la arcada cubierta de piedra
(Desde ahí -dicen- se podía ver el barco, en otra época, y la playa, también)
Eucaliptos inmensos, allá abajo, a la vera de la calle.
El humo perfumado de las montañas de hojas secas.
El crudo ardor en la piel recién  bañada.
Balde lleno de piñas de cipreses.
Escalones de laja, anchos muy anchos, y bajos, para ir saltando de costado.
Revistas Pato Donald, la biblia o el diccionario de italiano.
Balde lleno de almejas.
Las uñas rotas.
El arroz.
El arrullo de las palomas y de las chicharras, que todavía están ahí, después de tanto tiempo.

2 comentarios:

clothogancho dijo...

¡cuánta nostalgia y cuánto amor en estas evocaciones! Me parece que cada una de tus miradas es un don que haces para rescatar lo fugitivo. Poetisa del tempus fugit.
Tu puerta me hace pensar en el poyo en que se sentaba César Vallejo, junto a la casa de sus padres, y ahí recordaba a su hermano Miguel... el eco de sus juegos, como si desaparecer sólo fuera seguir jugando eternamente al escondite...
Creo que vas a encontrar la manera de utilizar los retales rescatados del "arcón" de la memoria materna, en su futuro mejor te hablarán del pasado.
Sabes, Ana, conservo todos tus mensajes, y si no contesté directamente a tus aclaraciones acerca de Mary, sólo es porque se me anudó la garganta y no había nada que añadir : es admirable.

Marina dijo...

Me gusta mucho, el texto y la foto, esas puertitas son encantadoras porque parece que estuvieran ahí solamente para que sea un ritual salir y entrar, nada de rejas, nada de guardarse, más bien como invitar a abrirlas.