Acabo de compartir este artículo en Facebook No hay infancia sin secretos, ¿Por qué a muchos chicos se les ocurre jugar con la temática de la muerte?, publicado hoy en Pagina 12. Con justa razón, probablemente la mayor parte de mis contactos piense que esto me interesa porque es verdad, muchas veces Nina (5 años) juega exactamente a eso, pregunta, hace comentarios.
Pero no es solamente por eso que me interesó y me impactó ese texto.
La muerte era eso -cuando era chica- que no se podía decir "ni en chiste". No se podía hablar de ella, ni siquiera jugando. Sin embargo una de las pocas cicatrices que aún tengo en mi cuerpo es de un corte que me hice, a los tres años, con un pedazo de vidrio roto en el cementerio, correteando por entre desparejos y llenos de maleza senderitos mientras mi mamá cambiaba -como puntutalmente hacía una vez por semana, y siempre con nosotras- las flores en la tumba de su madre, fallecida exactamente quince días antes de que yo naciera.
A veces no se podía llegar con el auto, y entones mientras caminábamos, íbamos leyendo juntas las lápidas, calculábamos cuántos años tenía la persona fallecida, qué joven, qué viejo, pobre, pobres los hijos, pobre la madre, pobres los padres, qué tristeza, qué trágico, a nosotros no nos va a pasar así, ¿y qué pasa con los cuerpos que están ahí adentro?, hay que volver a la tierra. Sin embargo, en sus palabras, los cuerpos, a pesar del paso de los años permanecían en un proceso de corrupción y liquefacción constante, muertos cuya muerte no llegaba nunca a ser definitiva y completa, cuerpos con una cierta vida aún presente que parecía querer seducirnos y de la que huíamos verbalmente todo el tiempo, declarándonos inmunes a ella, ajenas a ese poder que justamente por impronunciado e innombrado se volvía incomensurable y aterrador.
He llorado más intensamente la muerte de mi madre durante mi infancia (previéndola, vivivenciándola, apropiándome de un terror que no era mío sino ajeno -de ella-, un terror que no podía ser elaborado más que a través de la oculta fantasía y el inexplicado llanto), que ahora, que falleció efectivamente.
Vaya a saber cuál fue la causa de esa imposibilidad, de ella, de apropiarse y asumir la muerte como parte de la vida. Solo puedo hacer conjeturas: que sus padres inmigrantes, ninguno de ellos vio morir a sus padres, ni tuvo que lidiar con sus cuerpos, ni con sus tumbas, ni con las preguntas de sus hijos sobre el tema. Quién sabe si por algo así, para ella, mi madre, el tema de la muerte - una muerte oscura, sin esperanza, ni resignación, ni olvido- era eso "de lo que no hay que hablar", pero de lo que se estaba hablando, todo el tiempo.
4 comentarios:
me encantó este escrito Ana...
besos
Gracias, Karen.
Un beso
... nosotras jugábamos constantemente a la muerte, probablemente porque nos rodeaba a diario aunque tampoco hablaba de ella nuestra madre. Enterrábamos viva a la tortuga, le cantábamos misas... mirábamos cómo los chicos torturaban a los gatos, nos horrorizaba y al mismo tiempo queríamos comprender ese misterio, ese momento en que todo bascula... y todo porque cuando murió nuestro padre nadie le cantó nada ni nos permitió acompañarlo ni pronunciar su nombre...
Eso en eco a tu texto, pero que no me impida mandarte un beso y desearte a ti también un feliz año nuevo, Ana.
Gracias, Muriel, qué placer me da leer tus reflexiones y tus historias.
Te mando un beso
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