23 de marzo de 2013

Entre Nos



Santiago fue más tarde el amigo intimo de Sarmiento, el que con él viajó por los Estados Unidos; en una palabra, el hombre mas amable, mas interesante, mas alegre de la tierra (tanto que se casó dos veces)...
Cuando llegué a esta frase en la tercera página, ya no pude dejarlo.

En realidad estoy leyendo Politicas linguísticas e inmigración: el caso argentino, de Angela Di Tullio (Eudeba, 2011) y cuando cita un par de pasajes de Entre-Nos, de Lucio V. Mansilla, me viene a la mente la vaga sensación de que en algún lugar lo tengo, que es el titulo de uno de esos libros con los que jugaba cuando era chica entre las nubes de pluma de ganso que salían por las costuras de los sillones de mi abuelo, que si lo busco seguro que lo encuentro.

Helo aquí:  uno de los diez minúsculos volúmenes de la Colección Miniatura Jackson de Clásicos Argentinos" (1958), una colección que venía -parece- con su propia repisita de madera en la que estuvieron desde que yo recuerdo, primero en la casa de mi abuelo y luego en el galpón, y cuyos libros eran de esos hechos para otro uso diferente que la lectura (utilidad lúdico-decorativa que en este caso ha quedado a lo largo de los años perfectamente cumplida).

No solamente encontré lo que buscaba, - la anécdota de Rosas que al leer en voz alta diferencia la pronunciación de las z, s, y c, y las de la b y v; las menciones a muchas palabra que "no figuran en la Academia", y una cantidad de palabras familiares, coloquiales como mamotreto, facha, papando moscas, zonzo).

Encontré también un libro lleno de COMIDA: La mesa de mi padre no era servida por ningún artista culinario pero se comían en ella cosas criollas muy buenas, aunque protesten los sibaritas refinados, aficionados a la haute cuisine... ¿O no son cosas buenas la carne gorda, bien asada, la carbonada, el locro, los porotos (¿y qué me dicen ustedes de las lentejas que es la sustancia vegetal más alimenticia?), los garbanzos, el dulce de leche inventado en América por los jesuitas, los pastelitos fritos de hojaldre, de carne o con azucar, y la carne con cuero?  120-121.

- Voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche (le dice Rosas, que desde hace varias horas le lee un texto suyo a Mansilla y le pide consejos sobre gramática y léxico)
El arroz con leche era famoso en Palermo y aunque no lo hubiera sido mi apetito lo era y empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa. ... Un momento después Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lo puso por delante y se fue. Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, y otro, y otro... Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como parche de una caja de guerra templada; pero no hubo más: siguieron los platos... 174-175

Abríamos las alacenas que eran dos, las abríamos de par en par, destapábamos las orzas más monumentales, nos arremangábamos y a guisa de cucharón empleábamos los diez mandamientos, metiéndolos hasta el codo en la líquida y rubia almíbar, y sacábamos con la diestra una batata, con la siniestra un tomate (qué rico es el dulce de tomate ¿no?) que devorábamos con una gazuza pantagruélica, embadurnándonos hasta las narices  358.

Asado, pastelitos, dulce de leche, dulce de batata, arroz con leche. Todo esto nos preparaban mis padres cuando era chica. Lo más propio. Como muchas de esas palabras que ellos también usaban con toda naturalidad, pero que nosotros ahora, ya no.
Entre nos era una expresión con la que muchas veces mi vieja introducía alguna confidencia, o algún comentario de esos que en definitiva solo nosotras íbamos a poder comprender bien.
Ese nos era el plural, no de su familia de origen (italiana llegada a fines de los años 20), sino de quienes sentían como propio ese uso del pronombre, ese dulce de leche, ese "mamotreto" o "galpón". ¿Y cómo es que una hija de italianos siente más propio el asado, el dulce de batata o el arroz con leche que cualquiera de las recetas que se supone deberían haber preparado sus padres con nostalgia: lo smacafam, lo strudel, gli strangolapreti?

En la casa de mis abuelos italianos había solamente dos o tres libros de ellos: la Filotea (una especie de devocionario) y un diccionario de la lengua castellana (ed. 1928), pero ningún libro en italiano.
En la considerable biblioteca que estamos desarmando de la casa de mis padres hay muchos libros de lectura de escuela primaria, y mucha, mucha literatura argentina.

Este cabe, como puede observarse, en la palma di mano.

2 comentarios:

Eva dijo...

¡Se me hizo agua la boca de solo pensar en leer ese libro! Disfruté inmensamente de la excursión a los indios ranqueles, y me imagino que este libro, más íntimo, debe ser delicioso.

Ana Miravalles dijo...

Lo recomiendo.
Eran causseries, las charlas de los jueves, asi que tienen un tono coloquial, familiar, que me encantó!