La feracidad del patio de la casa de mis padres no deja de asombrarme: desde hace ya mas de dos años nadie se ocupa de ese patio, y es verdad que muchas plantas se han secado, los travesaños del parral ya se han quebrado, y hay por todos lados tallos secos, ramas y hojas caídas; pero las hendiduras entre las lajas de los senderos que lo atraviesan están todas llenas de gramilla y césped, un matorral de alhucemas ha cubierto por completo el portoncito metálico que da al patio de atrás, y el naranjo, como si hubiera potenciado el amoroso cuidado de mis padres - que en cuarenta años nunca dejaron de regarlo dos veces por día, podarlo, hacerle injertos, desinfectarlo, sacar los yuyos, matar hormigas -, volvió a dar este año las más espléndidas naranjas.
No tienen semillas, y el jugo es abundante y delicioso.
2 comentarios:
En casa de mis padres, de jardín antiguo y muy cuidado en vida de ellos, pasa algo similar, que estremece al verlo, solo que no sé decirlo tan bien como vos, Ana
Qué bueno compartir un recuerdo y una sensación así, Ana. Gracias! un beso
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