Foto: Victoria De Angelis
Ayer mi hermana me trajo de Ascasubi, del membrillero que está frente a la tapera, una bolsa llena de membrillos.
Hice dulce, a la noche, así sin muchas vueltas, los membrillos cortados en cubitos, una olla casi llena y unos 800 gramos de azucar y al fuego bien lento, dos horas, más o menos, hasta que los cubitos amarillos se volvieron rojos como la sangre y bien espesos.
Y la pasta frola no me sale todavía para la foto, pero sí para el estómago: desmenuzo 150 gramos de margarina con medio kilo de harina y bastante azúcar; a esa arenilla le agrego un huevo y una yema, y esencia de vainilla.
Saben a otoño en el campo, a recorrido en el Fiat entre los álamos mientras por la radio Nicola di Bari cantaba "Por ejemplo, me gusta robarme las peras maduras el aire cansado, las flores silvestres..."; son duros de pelar, llenos de recovecos, de semillas ásperas y a veces también, de bichos, y tienen una consistencia que solo después de varias horas de fuego puede llegar a volverse placentera al paladar.
3 comentarios:
qué extraño lo de las estaciones... allá estás en los olores y sabores de otoño, la nostalgia y la memoria que se irá dulcificando, como el perfume de los membrillos. Aquí vivimos la primavera, y me nació un nieto... eterno ciclo de nuestra condición. Ahora pienso en vosotras.
Gracias, clotho, y ¡felicitaciones!
Para mí los membrillos también tienen el perfume y el sabor de los otoños en Ascasubi, por eso son mi fruta favorita del otoño, aunque no se puedan comer así como así...
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