2 de noviembre de 2012

Rosa

Pienso en esa chica que me contaron ayer, su padre se vino cuando ella tan chiquita que ni se acordaba qué cara tenía, su madre murió cuando era adolescente, apenas terminada la guerra, su hermana, casada con un nene; y el cuñado también se vino a vivir con su suegro, y quedaron allá las dos hermanas solas; y llegó dinero para que se venga la hermana con el nene pero al final viajó ella, porque -a mí -, decía la hermana, - me lo mandan seguro después, no me van a dejar sola acá con el nene-; y cuando llegó, el padre se emborrachaba y el cuñado también, y ella esperaba ansiosamente que algún día llegue su hermana, pero a la hermana nunca la mandaron a buscar y el cuñado un día se fue de la casa y desapareció y nunca más se supo de él; y el padre, solo, tomaba y le pegaba, y ella para evadirse leía novelas y revistas, y un día se escapó y fue a lo del vecino, que era compañero de trabajo de su padre, recientemente viudo y padre de nueve niños, así que el vecino la recibió en su casa - cuidame los chicos que yo te cuido-, y se casaron para no tener problemas por la casa que ocupaban; y cuatro años después tuvo una hija, en 1936, que nació por cesárea, ¡en esa época!; dos meses internada en el Policlínico estuvo, y aunque estuvo re mal, se salvó, y se salvó la hija, también; y siguió buscando por años a su cuñado para que haga venir a su hermana...

Ayer mientras mirábamos con su hija una caja de fotos, encontramos esta:

En el reverso dice:


Ricordandoti sempre, ricevi un cordiale saluto dal tuo lontano amico, Guido.



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