15 de noviembre de 2012

Saveria


Una mujer -italiana- lava la ropa a mano, los sábados, y canta: Un bel di vedremo, levarsi un fil di fumo, sull'estremo confin del mare... feliz como si estuviera en un gran teatro.

Podría haber sido cantante, podría haber sido famosa. Sabía esa y tantas otras arias, y las cantaba muy bien, según me han contado.

Aquel día cuando daba yo mi conferencia en la Dante y la evocaba -aun sin conocerla- a esta mujer, la  tendría que haberla tarareado yo, un bel di vedremo, suave, como en voz baja, sin tanto despliegue de atril, partitura ni la prepotente voz de soprano de esa cantante hija de aristocratas salteños y militares castizos.

"Claro, - me dijo Sandra el otro día - que una mujer, inmigrante mientras lava la ropa, cante un bel dì vedremo es algo que solamente los que sabemos -y hemos vivido a través de nuestras familias - cómo era esa Italia de los años 50, podemos entender. Una cuestión de experiencia vital de la chica que cantó: tal vez no es que no haya cantado bien, pero no pudo empatizar con la vivencia de la que vos hablabas."

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