23 de enero de 2012

Puerta



Un sillón reposera bajo la arcada cubierta de piedra
(Desde ahí -dicen- se podía ver el barco, en otra época, y la playa, también)
Eucaliptos inmensos, allá abajo, a la vera de la calle.
El humo perfumado de las montañas de hojas secas.
El crudo ardor en la piel recién  bañada.
Balde lleno de piñas de cipreses.
Escalones de laja, anchos muy anchos, y bajos, para ir saltando de costado.
Revistas Pato Donald, la biblia o el diccionario de italiano.
Balde lleno de almejas.
Las uñas rotas.
El arroz.
El arrullo de las palomas y de las chicharras, que todavía están ahí, después de tanto tiempo.

Cara frente a la estación























Avda. Gral. Cerri 745

Esta es la mejor foto que pude sacarle.
Cuando el frondoso árbol que la cubre no estaba ahí todavía, ese rostro femenino con trenzas, hoyuelos y ojos profundos, miraba directo a la torre con reloj de la estación Sud.
Ahora no se ve, a menos que uno se pare debajo del árbol, y saque la foto así, hacia arriba, sin distancia.
Me da, sin embargo, la impresión de que es una de las más hermosas.
Tal vez, si vuelvo en invierno, tengo más suerte.

Les dites cariatides, Agnes Varda, 1984
Y si, Leticia tiene razón, esto tal vez sea un eco lejano, remoto, a escala pueblerina de esas figuras de moda entre fines siglo XIX y principios del XX.

15 de enero de 2012

La casa Miranda - Fossat (Moreno y Tucumán)

Empezaron a demoler, hace unos pocos días, la casa Miranda - Fossat.




A principios de 2011 estuve ahí varias veces. Además de recorrer la casa por dentro, asomarme  a las ventanas, y fotografiar fotos que estaban dispersas por aquí y por alla, conversé largamente con Jorge Fossat,  quien me mostró él los planos originales de la casa y me contó cuándo y cómo la construyeron:




Tal como puede verse en las imágenes, había en esta casa una espléndida biblioteca. De ahí llegaron varios ejemplares a la mía.
No puedo evitar sentir una profunda pena al ver cómo la demuelen, no puedo evitar sentir terror al pensar en lo que -dicen- van a construir ahí.
Pero, al buscar consuelo en uno de esos libros, he aquí que vengo a encontrarme con esta página:

"Uno de los atributos mas importantes de un ambiente urbano saludable lo constituye la capacidad de renovación.
...
La piedra da un sentido falso de la continuidad y de la vida. Si bien el caparazón parece implicar continuidad por el hecho de que continúa existiendo, sin ser afectado externamente por el suceder de los acontecimientos, el hecho es que la forma exterior solo puede confirmar la vida interior y no debe ser considerada como un sustituto de ella. Todas las creencias vivientes, todas las ideas y deseos vivientes deben ser constantmente renovados de una generación a otra: "repensados", reconsiderados, re-queridos, y reconstruidos, si es que han de perdurar."

Mumford, Lewis, La cultura de las ciudades, Bs. As., Emecé, 1959 [1945], p. 547

10 de enero de 2012

Es bueno perfumarse en secreto


Hay, en la caja de esas cosas de las que me resisto a desprenderme, una colección de frascos de perfume (casi) vacíos. Han quedado en cada uno algunas gotas que se van poniendo cada vez más espesas, y más fuertes y que cada vez que las huelo, me marean con su avasallante y sutil poder de evocación

En el frasco actualmente en uso, litros de embriagante esencia.


El post que publicó hoy la belle saison - quien, por lo que vamos viendo, es especialista en el tema -, tiene que ver con este texto de Clarice Lispector (que me regaló Eva para mi cumpleaños):

¿He hablado ya del perfume del jazmín? Ya he hablado del olor del mar. La tierra está perfumada. Y yo me perfumo para intensificar lo que soy. Por eso no puedo usar perfumes que me llevan la contraria. Perfumarse es una sabiduría instintiva. Y, como todo arte, exige un cierto conocimiento de uno mismo. Uso un perfume cuyo nombre no diré: es mío, soy yo. Dos amigas me han preguntado su nombre, se lo dije y se lo compraron. Después me lo regalaron porque simplemente no eran ellas. No digo el nombre también por mantener el secreto. 
Es bueno perfumarse en secreto.

Lispector, Clarice, Aprendiendo a vivir y otras crónicas, Siruela,Madrid, 2007, p 104

5 de enero de 2012

Convite con mousse de limón


Un asado magnífico para empezar el año con Marina, Mario y Omar.
Vino, cerveza, agua de manantial.
Y una mousse de limón para refrescar los 28° de anoche, que nos la comimos toda y que por eso hice hoy de nuevo para la foto, de este modo:

Mousse de limón:
En un jarrito se mezclan bien tres yemas, 100gr de azúcar, 30gr de maicena, el jugo de dos limones y ralladura o jugo de cáscara cortada bien finita (se le saca el hollejo blanco, y en tiritas bien finas se hierve un rato en agua; antes de agregarlo al preparado anterior es importantísimo dejar enfriar, sino las yemas se estropean). Cuando está todo bien disuelto, se lleva al fuego hasta que empieza burbujear y se convierte en una crema cristalina. Conviene dejar enfriar también esto antes de seguir.

Aparte se baten las tres claras a nieve bien firmes.

Se unen luego la crema de limón con las claras a nieve con cuchara de madera o espátula, con movimientos envolventes, hasta que queda todo homogéneo. En la heladera (no en el freezer), dos o tres horas, por lo menos.