Hoy me compré un libro que tenía ganas de leer, y pude sentarme, durante un par de horas a leer.
Pude llevar a Nina a la pileta y caminar durante un largo rato, con Nico, por el parque.
Pude dormir un rato la siesta y me levanté lenta, con calma, tomé mate, y hasta dormité de vuelta, unos minutos sobre mi escritorio cuando me cansé de leer, en esta habitación que se llena de sol a la tarde.
Iba a borrar todos esos "pude" del párrafo anterior pero, como si yo fuera terapeuta de mí misma (algo aprendo de la mía que es la mejor de Bahía Blanca, sin la menor duda), me detuve.
El trabajo como indiscutido deber, el cansancio como parte de la propia naturaleza, el deber como un compromiso al que se adhiere con pasión. ¿Qué es lo que me impedía antes concederme a mi misma la posibilidad de tener este tiempo, esta calma? ¿Quizás, un cierto principio de realidad con respecto al cual recién ahora logré poner distancia?
Hay momentos todavía que me cuesta estar del todo segura de que no estoy faltando a ningún lado.
Es el tiempo de la calma. Este es el tiempo de la fortaleza.
Sólo es cuestión de volver a encontrar todo eso que, con tantas cosas que pasaron en estos años, fue quedando pendiente.
1 comentario:
¡Qué placer recuperar el tiempo perdido!
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