28 de septiembre de 2014

Una casa en penumbras, puertas y ventanas parecen obstruidas por cortinados, paneles, papeles y varillas cruzadas, el encierro me agobia, intento abrirme paso, y todo eso se desarma, frágil, pero me  enriedo en hilos y telas de araña y me detengo. Hasta que veo a mi izquierda el picaporte de bronce de una puerta de madera desvencijada; lo abro y lo que hay es una galería como las de las casas de antes, sin techo, que me lleva directo a la salida.

Morte manu propia, suicidas de veintitres, veinticuatro años. Yo recuerdo una temporada de suicidios (o intentos de) hace, digamos, unos treinta, treinta y cinco años. pero eran personas de cuarentas. "Ahora más vale nos separamos, dice mi hermana". Pero yo no creo que hayan sido cuestiones de pareja, le digo, sino cuestiones entre padres e hijos.

Puertas de papel, ports de papier era el título de un libro que leímos hace mucho con Norma Azemar.

La lista descomunal sigue creciendo.

Otra casa, hoy, la casa de Artemisia, era. Una casa luminosa, en cada rincón un armario o estantería, era placentero recorrerla por la promesa de maravillosos hallazgos que presentía detrás de cada puerta. Llegué sin embargo hasta el patio, y volví a la sala, admiré los artefactos de iluminación y salí a la calle, como para continuar mi viaje.

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