1 de septiembre de 2014

En colectivo viajábamos, de Estambul a Atenas. Había ahi personas de las mas variadas procedencias: varios australianos, neozelandeses, dos chicas inglesas, europeos de norte (algun aleman u holandés?) y tres iraníes con los que conversamos un rato. La tarde era soleada, llegamos al puesto fronterizo que era temprano todavía, bajamos todos, los choferes se compraron varias botellas de bebidas blancas y después de un largo rato retomamos el viaje. Las chicas inglesas empezaron a decir en voz alta: look at them, they are drunk. Y los choferes seguian, riéndose y hablando entre ellos.
Al anochecer el micro paró en Tesalónika y ahi cenamos. Cuando nos quisimos dar cuenta todos los pasajeros del colectivo estaban alrededor de las inglesas, que exaltadas insistían: miren el estado de esos hombres, que así no se puede seguir viaje, que esto es un peligro, que nadie se suba de nuevo asi los obligamos a que la empresa de colectivos mande otros choferes. Varios fueron hasta el colectivo y bajaron sus mochilas y bolsos y valijas. Creo que incluso alguien llamo a Atenas, y volvio diciendo que no habian podido entenderle que pasaba. Después de un par de horas los choferes se acercaron y dijeron en quince minutos nos vamos, el que se queda pierde el viaje.
Nosotros en ningun momento habíamos considerado quedarnos, asi que apenas terminamos de comer volvimos a subir al colectivo. Cuatro o cinco personas más también lo hicieron. Y mientras el bullicioso grupo de austalianos, neozelandeses y rubios europeos seguía protestando y esperando que los vengan a buscar, finalmente -cuando ya estaba todo oscuro y el vehículo en marcha listo para arrancar- las que suben apuradas por no perder el cole fueron ellas, sí, las dos inglesas.

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