La plantó en el medio del jardín, y de esa planta empezó a cortar gajos y a hacer plantas nuevas. Algunas las regaló pero otras las fue multiplicando y ubicando en cada rincón que encontraba libre.
Con sus espinas terribles, sus rojos frutos incomibles crecieron y crecieron, ocuparon todo el patio hasta que, al final, ninguna otra planta pudo crecer ahí ni ninguno de nosotros, salvo él, pudo volver a caminar nunca más por entre los canteros.
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