2 de julio de 2014

Los fierros, al peso. Cuántos de esos que hoy llevamos probablemente hicieron el camino de vuelta al mismo lugar del que vinieron.

"Es el cumpleaños de Doña Flora hoy. C va a la noche y le deja un sobre en el buzón, y le escribe: que dios te perdone, por todo lo que nos has hecho. Yo le digo para qué, pero bueno, ella sabrá".

"Me había comprado un terreno con mi dinero. Cuando se hicieron los papeles, mi papa me dijo firma aca, siempre los tuvo él. Cuando fallecio me lleve la valijita con toda la documentación. Pero el día que lo quise vender, cuando leo la escritura, veo que no solamente estaba a nombre mío, sino también a nombre de él. Yo estaba solo, soltero en esa época. ¿Por qué habrá hecho eso mi padre?," me cuenta L. Yo le digo: "me parece que era un modo, un habito en esas familias: que los padres o hermanos mayores intenten controlar estrechamente la vida de los demás."  Se queda pensnado un poco y me dice: "cuando yo recién me había casado, él venía todos los días a mi casa, y revisaba la olla. Y a mi señora, logico, le molestaba, si no es el que paga la comida, decía ella, y tenía razón. Pero él hacía así."

Estamos pagando culpas que no son nuestras.
R sana, constela.
Yo más modestamente trato de entender, y de reconciliarme con mi madre y con todos esos que todavía, a distancia de casi cien años -si no les ponemos desde ya un preciso limite- podrían seguir rompiendonos  las pelotas.

El pie me duele todavía.


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