1 de abril de 2015

Marc Auge, El tiempo en ruinas, 2003

Es necesario regresar para escribir, al menos regresar a casa.
El recuerdo se construye a distancia, como una obra de arte, pero como una obra de arte ya lejana que se hace acreedora al título de ruina.
El inventario de las ruinas no es un fin en si mismo y lo que cuenta es la invención. La ciudad no está en ruinas, está en obra, pertenece aún a la historia.
El arte se construye sobre las ruinas de la religión. El propio arte es una ruina o una promesa de ruina, y talvez por ese hecho siempre tenga necesidad de la mirada de Europa.
La obra habla de su tiempo, pero ya no lo transmite por entero. Una obra que nos hace sensibles, fugazmente, a la distancia, entre un sentido pasado, abolido y una percepcion actual, incompleta.
La percepcion de la distancia entre dos incertidumbres constituye la esencia de nuestro placer. La percepcion de esa distancia es la percepción del tiempo, la evidencia subita y fragil del tiempo borrada en un abrir y cerrar de ojos por la erudicion y la restauracion (ilusion de recuperar el pasado) o opr el espectaculo y la puesta al día (evidencia ilusoria del presente).
Contemplar las ruinas no es hacer un viaje en la historia sino vivir la experiencia del tiempo, un tiempo puro, sin historia.
No hay paisaje sin mirada, sin conciencia del paisaje

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