19 de diciembre de 2014

De un viudo codiciado, me hablaba ayer Marcelo. Es demasiado mayor para mí, le digo y ademas estoy casada. Pero tiene mucha plata, me dice.

De los que hicieron el altar de la iglesia del corazón de Maria, y el reloj de la catedral que eran trentinos, según parece.

De la señora esa cuyo marido no quiso que la entreviste, hablaba yo y pedía noticias. Yo solamente podría darte alguna noticia de ella si se muere, me dice Graciela.  Convendría encontrarla antes, le digo.

De lo que en algun remoto rincon intuyo que empieza a encaminarse.

Los que coincidimos en que, cuando nos apasionamos por algo, nos metemos de cabeza con todo, y hasta el final y del mejor modo, no paramos. Por eso somos amigos.

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