14 de diciembre de 2014

Perfecto. Hace un año bajé cuidadosamente en un archivo todo el contenido de este blog. Algun dia la "nube" va a desaparecer y no quiero que -al menos mientras yo misma pueda volver a releerlo- todo esto se desvanezca. Cualquier tarde de estas bajo (y releo) todo lo de este año, que ha sido mucho, mucho, mucho.

Hoy, después de cuatro año, hicimos andar de nuevo, con mi hermana, la maquina de coser Singer que usó desde 1929 nuestra abuela y desde 1965, nuestra madre. Al principio se resistió: la correa se descalzaba de la rueda, el pedal no lograba agarrar ritmo, y cuando logramos que eso funcione, la aguja se desenhebraba, el hilo de abajo no terminaba de armar puntada con el de arriba, la costura  no arrancaba. Pero después de un rato dimos vuelta la aguja y pasamos el hilo en sentido opuesto, me cambie los zapatos para poder pedalear bien, y entonces empezó a andar y cosí y cosí, a toda velocidad, enloquecida, sobre una sabana vieja con hijo blanco arriba y rojo bermellon abajo y no podía y no quería dejar de pedalear y la rueda giraba ritmica y velozmente. Volví a hacerla funcionar con la fruicion de aquellos lejanos mediodías de verano que pasabamos juntas cosiendo durante largas horas, haciendo tal vez en una tarde un par de pantalones, una pollera, ya ni me acuerdo tantas cosas, si hasta solapas y cuellos de blusas hacía, con ella detrás, o a la par, indicandome o haciendo las partes mas dificiles y reconviniendome cuando cosía sin planchar, cuando terminaba de hilvanar y nosacaba el punto flojo. Las prendas en general terminaban quedando casi perfectas.

Antes de ir a la casa de mi hermana había estado cosiendo -justamente- el disfraz de hada Zarina para el acto de fin de año de la escuela para Nina. Mi máquina tambien tiene sus mañas, las telas no se dejan coser todas del mismo modo, así que estuve protestando un largo rato porque no lograba que la costura en la tafeta me quedara lisa, ni los empalmes sin bigotes y las hebras sueltas del punto flojo se me enredaban con el hilo de la costura, y la tela se me deshilachaba y empecé a putear porque no lograba vencer aquella desprolijidad que me reprochaban ya hace como treinta años. Y entonces de repente me pregunté, ¿por qué? ¿por qué tengo que ser prolija tambien en esto? ¿por qué tengo que saber coser tan bien como una modista? ¿por qué tengo que hacer todo tan bien que si no me sale me agarra semejante desperación? Por qué en ese momento había empezado a padecer mi "desprolijidad" como una debilidad, como una falla, como una cuestión moral? Me puse a llorar entonces, y lloraba y lloraba y no podía parar de llorar, no soy la mujer maravilla, ni lo quiero ser, y nico trataba de entender qué me pasaba y yo no podía ni explicárselo.

Haberme puesto coser medio a lo loco con aquella vieja máquina tuvo algo de revancha, de triunfo (no de liberación, es cierto).

Un año melancólico. Un cierto e indefinido malestar físico, y anímico.

1 comentario:

Marina dijo...

Este texto es genial, me hiciste llorar aparte, con tu llanto.