12 de marzo de 2015

De la editorial para la que traduje tres libros en estos últimos años me pidieron que envíe mi CV, ya que van a solicitar un subsidio para publicar el último, el libro de Bonincelli. Hice muchas, muchas traducciones. Me pregunto por qué durante mucho tiempo -mientras tenía entre manos, justamente, tantas cosas- he tenido la sensación de que no hacía nada o de que lo que hacía nunca estaba a la altura, o no estaba lo suficientemente bien hecho. Me pregunto por qué.

A los 17 me aprendí de memoria la segunda parte del canto XI del Purgatorio, y traté de no olvidarmelo.


La ciudad se vuelve cada vez más salvaje, todos nos vamos volviendo lentamente cada vez un poco mas bárbaros. A veces me acuerdo de los últimos renglones de Le città invisibili  

L'inferno dei viventi non è qualcosa che sarà; se ce n'è uno, è quello che è già qui, l'inferno che abitiamo tutti i giorni, che formiamo stando insieme. Due modi ci sono per non soffrirne. Il primo riesce facile a molti: accettare l'inferno e diventarne parte fino al punto di non vederlo più. Il secondo è rischioso ed esige attenzione e apprendimento continui: cercare e saper riconoscere chi e cosa, in mezzo all'inferno, non è inferno, e farlo durare, e dargli spazio.


El mundo se horroriza por la vandálica destrucción de edificios milenarios en medio oriente. Nosotros mucho mas modestamente vivimos con el estómago estrujado por la sistematica demolición de lo poco que ha ido quedando en pie de la historia de la ciudad. Como si el desierto llamara desde la entraña profunda de la tierra y el mezquino cerebro de los que quieren ganar lo más rápido posible unos pesos más.


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