2 de abril de 2014

Guerra

Tengo mi pc abierta, veo de lejos en la pantalla una foto en la que aparece un grupo de soldados en una trinchera, pienso que es una foto de alguno de los sitios referidos al centenario de la primera guerra mundial que sigo regularmente en estos meses, pero me acerco y no, es una foto de un grupo de soldados en Malvinas con su casco, sus uniformes, y las armas en mano.

Uno podría pensar que esa confusión se debe a las convenciones icónicas en la "foto de guerra": la pose, la mirada, la actitud, el color de impresión de la fotografía, pero en realidad hay algo espeluznante en que las fotos de la primera guerra (1914-1918) y de la guerra de Malvinas puedan confundirse en un primer golpe de vista: una guerra planteada como si en setenta años no hubiera cambiado nada en el mundo, como si aquellas masacres de miles de hombres (que no eran miltares, en frentes de batalla alejadísimos de su propia tierra, comprometidos moralmente por juramentos de lealtad a personas o entidades que literalmente estaban enviándolos a la muerte) no hubieran enseñado nada. Es espeluznante también que el contenido de este paréntesis sea igualmente válido para una y otra.

Uno de esos primeros días posteriores al desembarco en Malvinas, mientras mucha gente exultaba de alegría, mi abuelo Camilo, que estuvo en la primera guerra mundial, cuatro años dando vueltas desde el frente ruso en Galizia hasta Vladivostok en el extremo más oriental de Rusia, dijo: "la vida de un solo hombre vale más que toda esa tierra; están completamente locos, no saben, no tienen idea de lo qué es una guerra, qué alto y terrible es el precio que se paga."




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