19 de abril de 2014

Una persona fotografiada luce espléndida, pero no (necesariamente) por sí misma, sino por el deseo y la admiración con que el ojo amante mira, enfoca y encuadra; porque algo hay en la imagen que hace que a esa persona solo sea posible verla a través de la mirada amorosa de quien ha sacado la foto; y porque esa persona se sabe mirada y amada de antemano no solo por quien efectivamente toma la foto sino por todos aquellos que, a través del ojo de la cámara y del ojo de su amante, habrán de ver la fotografía.

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