15 de abril de 2014

Me dieron ganas de escribir en la cama, como hacía cada noche, cuando tenía quince años, y llenaba dos o tres hojas de un cuaderno rivadavia de tapas duras. Pero eso requeriria un silencio que por ahora no puede permitirme.

Apenas el murmullo acompasado de algunas oraciones que me apaciguan, adormeciéndome.

Un hombre no compra un libro porque dice que no tiene plata, lo lee con voracidad durante casi tres horas y lo rechaza cuando se lo ofrezco como regalo.

Ya lo vio claro Aristoteles, la poesía sobre lo general, la historia sobre lo singular, lo irrepetible. Pero siguen dandole duro a la historia deductiva.

Un regalo largamente deseado, una taza de té negro, las cejas cada vez más altas, la familiaridad en el trato y en los rasgos, el vivo retrato de mi madre en la cara de su primo, las lagrimas de ese hombre a quien acabo de ver por primera vez en mi vida, la viva voz de mi madre en las palabras de mi madrina, al final me voy contenta -dentro de poco nos vemos de nuevo-, pero conmovida.

Un hombre de ascendencia armenia, otro de ascendencia suiza, una mujer que se presenta a si misma como trentina y en italiano, pero que a la segunda palabra queda claro que es mas criolla que el mate. En fin, veremos.





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