15 de enero de 2015

Empezamos a caminar por el campo, el sol quema, el pasto está demasiado alto y tupido, "mejor volvamos", dice Alicia. "por el potrero", dice Antonio. Pero Ali dice: "por el borde del canal es más seguro, puede llegar a haber algunos de esos que se arrastran" (y dice así para que a Nina que estaba ahí no más, no le de miedo). Un segundo de silencio y Nina grita, despavorida: "¡serpiente!" la miramos sin creerle. Ella, en cuclillas, con los ojos cerrados, grita otra vez "¡serpiente!" Me acerco pocos pasos y ahí estaba, en una hondonada del borde de la acequia, ella, enroscada, con su lengua vibrante, su piel bellísima color beige y negro.  (Mientras volvíamos a casa corriendo - es una manera de decir: en un potrero en pleno verano no es algo que pueda hacerse tan fácilmente- pensaba: ay podría haberle sacado una foto.)

Apoderarse de una casa que durante casi cuatro años estuvo prácticamente intacta, habitada por todo lo que durante casi cuarenta años fue quedando ahí como relicto. Una cantidad de bolsas llenas de ropa: zapatos inmemoriales, chinelas, medias y cancanes cortados en tiritas, pulóveres (los que están hechos con lana hilada a mano en casa, esos no tuvimos corazón para tirarlos), gorros pasamontaña, guantes de trabajo, gorros con visera, pantalones de jean, camisas (que al medirlas sobre mi propio cuerpo son increbilemente pequeñas, como si mi madre hubiera sido, en realidad, mucho, mucho mas menuda de lo que la recuerdo). Y otras bolsas con papeles, almanaques y calendarios, anotaciones, instrucciones, ayudamemorias (que si hubiera tenido algun tipo de ineres uno podría haber reconstruido minuciosamente todo el proceso de cria, vacunaciones, recuento, pesaje, venta; y también de siembra, riego, mantenimiento de alambrados). Llegamos finalmente, al corazón doloroso de la historia de la familia. Tal vez por eso nos llevó  cuatro años mirar de frente todo eso.

No es tiempo de verdura, todavía. Solamente unas ciruelas minúsculas, muy dulces, cosechadas del arbol que nos cubre del contundente sol del mediodía mientras lo esperamos a Rubén, deliciosas.

Y la ciudad salvaje, que se destruye a sí misma, talando y demoliendo lo mejor que tiene.


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