5 de enero de 2015

No me gusta jugar a las escondidas en parques o patios con muchos árboles o arbustos al atardecer: la penumbra que me desconcierta, el no ver a quién me ve, oir los gritos y las exclamaciones triunfantes de quienes van saliendo y los pasos de los que corren, el permanecer todavía escondida para que no me encuentren con la sensación -sin embargo- de que ya el juego ya terminó y nadie se ha dado cuenta todavía de que no aparecí.

Una día en una casa en Palihue, mis compañeras del colegio, siempre sentia que si no me descubría yo misma, iba a quedarme ahi escondida, detrás de ese árbol, toda la noche.


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