20 de mayo de 2014


Una persona piensa en las conversaciones que no va a poder tener; la otra en las que sí se promete desde ya, y las disfruta por anticipado.
Una persona empieza a despedirse apenas llega; la otra siente que recién encuentra al otro en el momento en que se despiden.



Miro las fotografías de una reciente, inesperada y apreciada adquisición. Muchas veces pasa: no es un impacto inmediato, a primera vista sino algo que va creciendo con el correr de las horas y que termina de revelarse en plenitud cuando, por lo general ya es tarde.

No importa. No solamente no importa. Está muy bien que así sea eso que probablemente no es nada que pueda llegar a existir por fuera de la propia mente.

Tarde, pero tarde ¿para qué? Si hubiera sido a tiempo, a ver, ¿a tiempo de qué? Las fantasías de las personas se cruzan, azarosamente y pareciera que por un momento la imaginación encontrara algún anclaje, y esa especie de oasis mental por algunas horas pareciera que nos sustrae a la rutina, y nos envuelve en una atmósfera de exotismo y de exaltación.

Y eso genera un estado que a mí me gusta denominar felicidad.










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