23 de mayo de 2014

Palabras alusivas



Esto es lo que escribí para el acto por el 25 de mayo en el Conservatorio de Música de Bahía Blanca (protesté, al principio, por esta "changa"; pero al final me gustó hacerlo, y lamento no haber llegado a tiempo esta tarde para leerlo en voz alta yo misma)

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Los actos de la escuela primaria dedicados a esta fecha han quedado grabados en la memoria de todos nosotros  gracias a la tradicional parafernalia de cabildos de papel, paragüitas de colores, cintas celestes y blancas, y niños disfrazados de “caballero”, “dama” y “negrito vendedor de velas o (si había más suerte) pastelitos”. La emoción del primer feriado del calendario escolar, el frío de las mañanas festivas, el chocolate con bollitos y el rutilante ritmo de las marchas patrióticas, del pericón nacional y de otras melodías de moda de principios de siglo XIX, contribuyeron a consolidar una imagen “simpática” de la revolución en la que su conflicto central -el rechazo de los sectores de la burguesía ilustrada de la sociedad rioplatense hacia la mentalidad tradicional del absolutismo español y hacia las restricciones que implicaba el régimen comercial monopólico impuesto por la metrópoli -, quedaba completamente desdibujado. Las negritas pasteleras o los vendedores de velas hacían fila al pie del escenario junto a los caballeros de galera y señoras de peineta, como si todos hubieran estado festejando lo mismo.  A la vez, las remanidas expresiones de los discursos escolares tales como “el nacimiento de la patria”,  “el pueblo quiere saber de qué se trata”, “la aurora de la libertad”, “los orígenes de la nación” se volvían eslogans, e ideas tales como  que “la patria nació en Buenos Aires”,  que “los porteños ‘idealistas’ arriesgaron todo para que seamos libres”, y que “esta fue una revolución incruenta, sin derramamiento de sangre”, adornada con palomitas, hojas de laurel y soles nacientes,  terminaron asumiendo el lugar de “verdades” completamente naturalizadas.

Toda esa retórica, todo ese ceremonial vinculado a la escuela y a la conmemoración de la fecha patria tuvo su potente razón de ser cuando a fines del siglo XIX, fue necesario construir, desde la raíz misma del imaginario colectivo, una identidad “nacional” común sobre una base de población que era en verdad  heterogénea (criollos – entre los que contaban tanto los ricos propietarios de tierras y ganado, como los gauchos y mestizos-, indígenas, e inmigrantes de los más variados orígenes, sobre todo europeos), a lo largo de un extenso territorio sobre el cual, ni siquiera en ese momento, el estado tenía aún completamente afirmada su presencia. Tanto la retórica fundada en conceptos que llegaron a volverse “sagrados”, pronunciados con religiosa unción, tales como “patria”, “nación”, “libertad”, como los rituales laicos “la escarapela”, “la bandera”, “el himno”, cargados de profundo sentido ceremonial,  contribuyeron a refrendar ese vínculo que hace aún hoy nos sintamos parte de una “Patria”, y consideremos como propia una historia que, en rigor, la mayor parte de nuestros antepasados no vivió.

Más allá de los hechos considerados desde un punto de vista estrictamente histórico (este es un acto conmemorativo, no una clase de historia), la revolución de mayo se produjo (tal vez) y, sobre todo, fue “reinventada” luego, en base a una serie de principios que pueden ser interpretados desde puntos de vista contradictorios, e incluso manipulados (de hecho, la fiesta del 25 de mayo fue celebrada siempre, por todos los gobiernos, democráticos o no), pero que tienen una fuerza y un valor indiscutidos para nosotros:  el carácter imprescriptible de la voluntad popular -es decir, la democracia-, el federalismo, la libertad, el rechazo al autoritarismo, y la igualdad de derechos.  Trabajar para que estos valores no queden solo en palabras es nuestra tarea como docentes, como artistas, como ciudadanos, para que el país que construyamos entre todos sea para todos, en los hechos y no solo en palabras, realmente, la patria.

1 comentario:

Mónica Oliver dijo...

Bello texto, Ana. Es interesante cuando le encontramos la vuelta a lo que parece un ritual vacío de contenido y podemos transformarlo en una emoción compartida.