9 de mayo de 2014

No sé cómo la conversación esta mañana termina versando sobre mi pelo, y sobre la disyuntiva si llevarlo planchado o revuelto en el próximo evento en el que he de quedar expuesta a la vista de otros. Las opiniones difieren. una medusa, o  Cleopatra.

Voy a entrevistar a un hombre de 92 años, parece de 70. Un hombre joven, una casa impecable con paredes blancas inmaculadas, sin cuadros, un mueble contra una pared con algunos libros, un tv lcd y unos pocos, pocos, adornos. Las cortinas blancas, las ventanas de la casa abiertas. No es una casa museo, no hay objetos atiborrados, ni fotos colgadas en las paredes, ni recuerdos de viaje ni de trabajo; no hay nostalgia, no hay autoconmisceración, no hay olor a viejo. Yo pienso todo, preveo, me acuesto y no puedo dejar de pensar hasta que no encuentro la solución, me dice. Un hombre hermoso, casi al final cuando le estoy sacando fotos en el patio le digo "yo no tendría que decirle piropos, pero usted parece un actor de cine", sonríe y baja la mirada, como con pudor. Es italiano pero nada en su tono ni su articulación lo delata, a pesar de haber llegado a los siete años a la Argentina: y sin embargo, ahora a la noche que vuelvo a escuchar los fragmentos de video que grabé, encuentro un cierto silbido en la letra s me hace acordar a la pronunciación del tío Abramo (él en cambio, si, conservo toda su vida un marcado tono, y muchas formas de articular sonidos propios de su lengua madre - y no escribo italiano porque esos rasgos no se si podrían hacerse extensivo a italianos provenientes de otras regiones, o de otra fracción de clase); y me doy cuenta de que ese sonido fue uno de los motivos por los que no pude dejar de pensar en este hombre y en esta entrevista todo el día.





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