12 de mayo de 2014

La luna llena en la plaza,  los mosquitos, el barro que empieza a secarse después de la lluvia de ayer, las nubes rosadas de la tarde, los perros enloquecidos, la bicicleta contra el borde del cantero, la lana enredada en el cabo de la aguja, el fresco olor de las varias toneladas de hormigón que acaban de volcado en los encofrados del edificio que han empezado a levantar en la vereda de enfrente, las ramas de pino cortadas, y el inmenso tronco mocho y pelado del inmenso árbol que cortaron hace tres años y que todavía me duele.

Marcelo se deja filmar, por primera vez en tantos años, pero rapido que tengo que salir.

vuelvo a mirar el libro de los castillos del trentino y me da la sensación de leer algo que ya me sabía de memoria hace mucho tiempo, como una voz que se hubiera despertado después de un largo sueño.

La tapa. Quién hubiera dicho. En otro momento no hubiera sido concebible que empezara a hablar de otra cosa. Me hubiera gustado elegirla para sentirla completamente mía. Todo eso me resulta ajeno, y no me importa demasiado, salvo la pena que me produce pensar que en otra época esto hubiera sido lo más excitante de mi vida.  Muy pocas cosas dejan huella en el mundo.

Y la ciudad demente: los arcontes solo se miran a sí mismos envueltos en sus pleitos, mientras la ciudad se hunde en el vertido de sus cloacas.

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