29 de mayo de 2014

Hoy al mediodía cuando volví del museo me encontré con un grueso sobre con la foja de servicios de mi abuelo Camilo, enviada por el Landesarchive, en Innsbruk. La de él y la de su hermano Agustín. Sin embargo son casi las nueve de la noche y todavía no he podido sentarme a leer.

La historia del club que fundaron en el año 1928 los italianos ferroviarios que ocupaban las casillas de solteros entre Bravard y Charlone.

La torta para llevar a la escuela para festejar los cumpleañitos del mes que irá adornada con confites "de argentina" porque son los únicos que hay para comprar en el almacén.

Decir el canto I de la Divina Comedia de memoria porque no logro encontrar mis anteojos dentro la cartera (después aparecieron en medio de los pliegues del bolsillo interno descosido), y hay algo de eso de saludar, una vez al año, al viejo amigo. Pero esta vez, mientras las palabras fluían, por sí solas, de pronto me encontré pensando ay, me muero si alguna vez me olvido de esto, y ahi en ese momento me trabé, me equivoqué y tuve que retomar de nuevo el terceto que venía recitando.

El que sabés que va fallar, falla. Por qué volvemos a cometer los mismos errores...


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