27 de mayo de 2015

Palabras alusivas II






(El martes 26 de mayo a las 20 horas, leí estas palabras en el acto del Conservatorio de Música de Bahía Blanca.)

"Hoy estoy acá, nuevamente, a cargo de las palabras alusivas porque –parece- nadie quiere hacer discursos, ni quiere venir a los actos. Yo también protesté un poco cuando me lo propusieron, pero después pensé que por ahí estaba bueno preguntarse por qué a todos nos pasa esto.
  
El acto pareciera exigir a quien tiene que prepararlo atenerse a un cierto repertorio de expresiones más o menos solemnes (patria, grandeza, gesta, ideales, próceres, y también libertad, igualdad, unión, hermandad, paz) y a quienes participan de él, un respeto al ritual, como si se tratara de un momento sagrado que se manifiesta en gestos bien precisos: ponerse de pie, hacer silencio, recibir con respeto a la bandera, a la “enseña patria”, cantar el himno nacional bien erguidos (y ojo con tener las manos en los bolsillos o los brazos cruzados), aplaudir.  Mientras están ahí los abanderados y sus escoltas sucede la parte “formal de la ceremonia, pero se los “despacha lo más pronto posible” para poder relajar y disfrutar la fiesta.

Esa retórica -cuya inercia en la escuela es aún fortísima- nos puede llegar a resultar un poco forzada.  ¿Será, tal vez porque esas palabras -que dan nombre por supuesto a elevados valores e ideales- nos remiten al recuerdo edulcorado de nuestra propia infancia, pero con la sensación de que poco tienen que ver con la dinámica real de la vida social, política y económica actual? ¿No será que en algún rincón llegamos a sentirnos nosotros y sentir que nuestra sociedad es también un poco cínica, al enunciar una vez al año esas palabras sobre el escenario, y que al mismo tiempo después afirmemos todo el tiempo, en nuestra vida cotidiana,  convencidísimos de que, en realidad, todo es mucho más bajo, más corrupto, menos brillante, un desastre? ¿No vendrá de esa fricción la resistencia a preparar o ir al acto, o a decir el discurso? 

Por eso en muchos casos, cuando la trillada cantera retórica de los discursos y de los números convencionales parece haber quedado completamente agotada, nos piden a los “profesores de historia” que nos ocupemos, con la esperanza de que le demos contenido. Pero ahí es donde “los de historia” nos vemos en figurillas, y quedamos más desconcertados que nunca: las imágenes absolutamente pregnantes y cristalizadas que contribuyeron a fijar en los ojos y en los corazones de todos nosotros las ilustraciones de Billiken y Anteojito, los libros de lectura, y los actos escolares de nuestra propia infancia (los negritos, los pregoneros con sus rollos desplegables,los vendedores de velas y empanadas, y las lavanderas, que dan una ambigua quasi idílica imagen de la “época colonial”; los vecinos de Buenos Aires con sus paraguas reunidos frente al cabildo -en paz-, queriendo “saber de qué se trata”,  reclamando el fin del dominio español, y la constitución de un gobierno patrio,y French y Berutti repartiendo cintas entre el “pueblo” que ya está listo para festejar la destitución del virrey Cisneros como si se hubiera ganado un mundial de futbol), todas esas imágenes, habiendo estudiado un poco de historia, se desmoronan, se reducen a meros papelitos de colores: porque ni esos negritos -que en realidad eran esclavos, con todas las letras-, ni los vendedores de velas ni las lavanderas, ni los paisanitos de bombachas y faldas de voladitos y pañuelo al cuello, tenían los mismos intereses ni las mismas necesidades, y mucho menos los mismos derechos que las acicaladas y apeinetadas damas que bailaban el pericón con elegantes caballeros de chabot; esas imágenes se desmoronan porque la revolución no fue pacífica (recuerden a modo de ejemplo el fusilamiento de los contrarevolucionarios en Córdoba ordenado por Moreno pocos días después del 25, y el ejército que la Junta le encomienda a Belgrano, que no fue a pasear sino a imponer la revolución con las armas, con todo el respeto y la admiración que la figura de Belgrano nos merece); ni fue “todo el pueblo argentino”, que quería ser “libre” e independizarse de España sino en particular los comerciantes y ricos propietarios (que veían sus intereses ahogados por el régimen monopólico español) y los intelectuales que encontraron en el ideario de la revolución francesa los argumentos adecuados para constituirse en la elite dirigente de una nueva nación; porque no hubo ninguna unión sino desmembramiento territorial (el Alto Perú, Paraguay, la Banda Oriental), y hubo sobre todo feroces pujas de intereses entre porteños y provincianos, unitarios y federales, ricos hacendados de cuyo, del litoral o de la provincia de Buenos Aires, que recién quedaron saldadas -y a la fuerza- con la consolidación del estado en 1880. Pero, claro, evidentemente, ninguno de nosotros en un acto, va a poner sobre el escenario todas estas situaciones, todos estos conflictos, porque sería shockeante y, básicamente, no sería un acto.

Evidentemente, entonces, en el acto del 25 de mayo no es la historia lo que importa sino el mito en tanto mito de origen de la nación, con su simbología, su misterio, sus rituales y, en consecuencia, su fuerte eficacia emotiva. Pero el mito también tiene su historia. En estos, revisé algunos diarios de Bahía Blanca, tomando al azar algunos años, 1925, 1945 y 1955, para ver cómo se festejaba en nuestra ciudad el 25 de mayo en otros tiempos. Por un lado, los actos oficiales preveían salva de bombas, jura de la bandera por parte de los soldados conscriptos, bandas militares, y misas de campaña, así como recepciones formales con cocktail en la Municipalidad, reparto de víveres a personas pobres y familias necesitadas para que también disfruten el día de fiesta. Por otro hubo conjuntos teatrales y de radiofonía local que visitaron el Hogar del Anciano, el Hogar del Niño, el Patronato de la Infancia, y Establecimiento de Encauzados, un tradicional concurso estímulo de dibujo y pintura al aire libre, matiné para niños en el Teatro Municipal, fuegos artificiales, y hasta una audición poética a cargo de Berta Singerman.
También la música, no solo la de carácter militar o folklórico, ocupaba un lugar central en los programas. En el año 1945, en la Biblioteca Rivadavia, el Centro Cultural Estudiantil ofreció un recital de piano en el que se interpretan la Marcha militar de Franz Schubert, Preludio de Sergio Rachmaninov y Polonesa heroica de Chopin. En guitarra Una lágrima, Huellas de Prat y Asturias  de Albeniz. Por su parte, el Ateneo Cultural de la Juventud ofreció también en la Biblioteca Rivadavia un concierto de piano a cargo de la profesora Irma Amoroso Funes cuyo programa es: Sonata Claro de Luna de Beethoven, Vals en mi menor de Chopin, En trineo de Tchaikovsky, Impromptu de Faure y Murmullo de primavera de Sinding.

Y por supuesto, la escuela. Veamos, por ejemplo, el programa del acto escolar a desarrollarse el 25 de mayo de 1945 en la escuela 34: “Acto ritual de izar la bandera y Oración a la bandera de Joaquín V. González, por todos los alumnos. Himno Nacional Argentino. Discurso patriótico a cargo de la maestra de sexto grado. “Patria”, declamación de la niña Silvia Cornejo. “El farol de los gauchos”, zamba canción; “25 de mayo” recitación por el niño Hector Cantarelli. “La voz de un niño a la gloriosa Enseña patria”, recitado por el niño Edgar Burriel. “Días de mayo” declamación por la  niña Edelia Rodriguez. “Así es mi patria”, declamación por el niño Héctor Gonzalez; “La Bandera”, dramatización. “Exámenes” función de títeres a cargo de los alumnos Eber Ficosecco, Marta Viera, Celia Ojea y Lina Boccaccini. “Diálogo patriótico” a cargo de los alumnos Arrigo Marcolini y Umberto Poloniato; y finalmente, “Canto a bandera.”

A partir de la institución misma de la escuela pública en la Argentina, el mito de Mayo se afirmó, consolidó y transmitió indemne casi hasta el presente como momento inaugural de la Patria –la “tierra de los padres”, un mítico territorio de origen, independientemente de la tierra de origen real de los niños o los padres de los niños que concurrían a la escuela, ya fueran aborígenes o inmigrantes europeos-, en el que se define una identidad nacional –representada en las figuras del “prócer” –burgués ilustrado- y su correlato femenino, la “dama patricia”, y el “gaucho” -hombre de campo- y la paisanita. El emblema nacional, la bandera, se convierte en el talismán identitario por excelencia, manto materno que nos cubre y nos hermana a todos. Y las letras de las canciones, el Himno Nacional, la Marcha de San Lorenzo, Aurora, infunden una mística en base a imágenes como la del sol que viene asomando, sus rayos que iluminan, y la Patria y la Libertad representadas ambas como gráciles damas aladas, azul un ala, la libertad naciente entre los rayos dorados, el áureo rostro, el resplandor del sol que asoma, Febo asoma y su luz se confunde con el resplandor del acero, y el del bronce del clarín que estridente sonó. Desde las salvas de bombas al amanecer, el izamiento de la bandera, (¡menos mal que en mayo el sol sale recién a las 8!), y la actuación de las bandas militares, al desfile de antorchas que al atardecer solían hacer desde el colegio Don Bosco hasta las escalinatas del teatro municipal, la luz del sol, la bandera y el vivía la Patria, han sido los símbolos centrales en los festejos de Mayo.

Pero el 25 de mayo no se festejaba solamente en los cuarteles, en la municipalidad o en las escuelas. Siempre ha sido ocasión también de festejos populares. Por ejemplo, en el año 1945, en el barrio Noroeste, en el Club Deportivo Catamarca hubo, primero un partido de fútbol amistoso entre “casados y solteros”, almuerzo a la criolla, conferencia patriótica, vino de honor y baile. En otra zona de la ciudad, en Villa Harding Green, organizada por la “Comisión de Vecinos Pro Festejos Patrios”, la fiesta consistió en salva de bombas a la salida del sol, reparto de víveres donados por la Escuela Naval de Aviación, y pruebas variadas con premio: arrojar la barra (el premio, una botella de vermouth para el ganador), cinchada entre solteros y casados (un cajón de cerveza de premio para los ganadores y copetín para los dos equipos), sortijas a caballo, una competencia para damas, “el nudo de la corbata” (y como premio, una croquiñol y una caja de bombones), carrera de cien metros para hombres (medalla), pruebas para niños (juegos de mesa y alcancías), doma de potros, suelta de lechón enjabonado para menores de 15 años (y el premio lógicamente es el propio lechón para quien logre agarrarlo), fin de fiesta con disparo de 21 bombas y, finalmente, baile. En el Club Argentino, cocktail elegante, y baile hasta altas horas de la madrugada."


La popularidad y la variedad de festejos sugiere entonces que apela a un mito muy eficaz, capaz de convocar clases y estamentos sociales muy diferentes. ¿En qué radica esa eficacia? Tal vez, en que  en que traza un gran borrón en el imaginario común: borra todas las diferencias (las diferencias de origen étnico o de proveniencia nacional, las diferencias de clase), borra como si nunca hubiera existido -como si no existiesen- los conflictos (desde el conflicto que en sí constituyó el proceso revolucionario de mayo, a los conflictos que como consecuencia de él se produjeron a lo largo de la historia argentina, y a los conflictos que en cada momento tensan y motorizan la convivencia de quienes habitamos en este suelo), y borra la historia misma con sus complejidades, sus polémicas, sus matices y sus constantes relecturas. Al basarse tradicionalmente en la exaltación del concepto de Patria (como una abstracción fundada en la gesta cívica y militar, llevada a cabo por un grupo de héroes impolutos, incorruptos, y ecuánimes), la fiesta del 25 de mayo fue y ha sido uno de los ejes centrales en la construcción imaginaria de una identidad, de la “argentinidad” y como manifestación de un sentido de pertenencia que está absolutamente por encima de la multiplicidad y de las diferentes voces. 

 Sin embargo, parecería que en algún momento la aceptación de esa retórica patriótica se quebró, la posibilidad de seguir pronunciando esas palabras se perdió, y todo aquello que parecía haber sido funcional a la operación de construcción de una identidad común,- salvo en el futbol-, se volvió ineficaz. Por un lado, porque el mito quedó cristalizado y se resquebrajó, y la historia comenzó a colarse por entre sus fisuras cuando comenzó a hacerse evidente y explícito que el término “Patria” se usaba en el sentido de “tierra de los genuinos padres fundadores”, o sea la de los dueños de la tierra y por lo tanto del poder, y empezó a nombrarse con todas las letras eso que quedaba oculto, es decir, los conflictos por la propiedad, las injusticias y las tensiones que implicaba la conformación de ese poder.
Y por otro, ¿no habrá incidido en ese vaciamiento la experiencia traumática de la dictadura, durante la cual palabras como “Nación”, “Nacional”, “Patria”, “Estado” quedaron directamente asociadas al autoritarismo, al belicismo y al fanatismo?  Después de la guerra de Malvinas el “o juremos con gloria morir” ¿no se vuelve una terrible y dolorosísima realidad? Porque morir con gloria se muere solo en los himnos exaltados, enfervorizados todos por el frío y la esperanza del venidero chocolate caliente. Y como contrapartida: ¿No habrá sido esa distancia con respecto al sentimiento nacional –resultado de la operación semántica producida durante dictadura- lo que permitió que el patrimonio del Estado, de la Nación, fuera vilmente dilapidado –sin significativas resistencias masivas- con las privatizaciones en los años 90? 

Porque la patria, la tierra de todos no es el acero, no son los ejércitos, no es esa entelequia alada y resplandeciente, ni nos ilumina con su luz dorada ni nos hermana mágicamente porque usemos todos cintitas con los mismos colores.  Eso es algo que aprendimos dolorosamente quienes hemos vivido esa historia, y tal vez por eso cuestan tanto los actos patrióticos. Porque ¿quién podría ahora pronunciar un “discurso patriótico”, o una recitación patriótica sin sentirse un poco raro? Por suerte, en estos años desde muy variados sectores se ha trabajado y se trabaja intensamente para que las palabras vuelvan a tener un contenido, un sentido. Porque si quisiéramos usar todavía esa difícil palabra, la patria no es retórica, es este lugar donde vivimos, trabajamos, construimos nuestras vidas, tratamos de realizar nuestros sueños, padecemos, y morimos todos. Más allá de toda mistificación, tal vez sea en función de un concepto como ese que tratamos de construir una sociedad verdaderamente democrática donde la verdad sea el fundamento mismo de la justicia, y que tratamos de vivir y educar en valores de convivencia, de respeto por el bien común, eso que está por encima del interés particular de cada uno. Y tal vez sea  por eso entonces, festejamos, porque una fiesta como esta puede ser también el momento en que una comunidad, como la nuestra se celebra a sí misma, celebra su existencia. Con un magnífico concierto a cargo de Tabú, integrado por los profesores Sebastián De Amicis (saxos), Guillermo García (flauta y saxo), Hernán Mouro (bajo), Pablo Marfil (guitarra sintetizada), Sergio Natali (guitarra) Rodrigo Bernier (percusión), vamos a seguir festejando nosotros ahora acá en Conservatorio de Música de Bahía Blanca. Porque la fiesta es nuestra, y la vamos a disfrutar.

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