20 de mayo de 2015

Tanto diluvia en algún remoto rincón de este planeta que hasta acá llega la humedad tibia y pegajosa.
Un abrazo a una amiga de otras épocas a quien hacía muchisimos años que no veía.
Su voz completamente transformada, sus ojos tristes, y una descomunal cantidad de perfume que lleva encima.
Un hijo -un niño al que quería muchísimo y vi crecer en su primera infancia- en tratamiento siquiátrico. 
Un disfraz de paisanita para el acto del 25 de mayo.
Un inoportuno timbrazo, a la tarde.
Un impresionante periplo.
Vértigo.
Unas pocas palabras escritas.
La madrugada. Se supone que todos duermen, salvo alguien que por un segundo, en la oscuridad enciende brevemente su pantalla, y comprueba que el universo sigue girando sobre su eje y que su mapa acaba de llegar a destino.
Excursio per Orientem fue el titulo de mi tesis.
Ese profundo deseo de ir (cupido adeundi).
En mi biblioteca un montón de libros  sobre viajes, representaciones del mundo y periplos en la antigüedad grecolatina. Un montón (que para otros resultaría exiguo; para mí, no) de guías de viaje traidas de los varios países que tuve la suerte de conocer.
Y sin embargo en estos días de calor, mi deseo es llegar hasta la plaza del teatro, por ejemplo, y sentarme al sol.

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